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Por Datos Históricos
La Habana.- En la Inglaterra victoriana, ser mujer también significaba enfrentarse a desafíos de higiene que hoy nos resultarían sorprendentes.
Las prendas íntimas no eran bragas como las actuales, sino pantalones cortos abiertos entre las piernas. Esa peculiaridad respondía a una necesidad práctica: poder orinar o defecar sin quitarse capas enteras de ropa.
El papel higiénico, tal como lo conocemos, apenas apareció hacia 1870, y los primeros diseños estaban perfumados con químicos desinfectantes que, lejos de ser cómodos, solían causar irritaciones. Antes de eso, el ingenio marcaba la diferencia: desde periódicos viejos y mazorcas de maíz, hasta retazos de tela reutilizables, que las mujeres más adineradas empleaban también durante la menstruación, lavándolos después en agua caliente.
Los baños eran otro asunto. Las duchas no existían y el baño completo no era diario. En las casas humildes, una tina de metal o madera, agua calentada en la estufa y turnos familiares. En los hogares ricos, bañeras de porcelana y hasta pediluvios, pequeñas tinas para los pies antes de dormir. Para el aseo cotidiano, lo común era la palangana con jarra de agua en la habitación y un paño húmedo para limpiar axilas e ingles.
El cabello se lavaba poco. Peinados elaborados y falta de champús hacían que muchas mujeres lo lavaran solo cada dos o tres semanas, a veces incluso una vez al mes, usando jabones ásperos o amoníaco, que dañaban más de lo que cuidaban.
En cuanto al desodorante, no existía. Las más ricas usaban perfumes o polvos perfumados —el famoso talco— para absorber la humedad. Las mujeres pobres recurrían a retazos de tela bajo las axilas para evitar el mal olor en sus vestidos.
La higiene bucal tampoco brillaba. Lo habitual era frotarse los dientes con sal o carbón en polvo. Aunque el cepillo de dientes moderno se patentó en 1857, no se popularizó hasta bien entrado el siglo XX. Y ante una caries, lo más común era una extracción.
Detrás del romanticismo con que solemos imaginar la época victoriana, había una realidad áspera: la vida cotidiana estaba marcada por soluciones prácticas, inventos imperfectos y un ingenio constante frente a la falta de recursos modernos.