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Por Aníbal García ()
La Habana.- En el ajedrez del castrismo, Joel García León acaba de descubrir que es un alfil que nunca llegará a ser rey. Mientras Yoerky Sánchez Cuéllar era nombrado nuevo director del Granma por acuerdo del Buró Político del Partido Comunista, Joel se quedaba atrapado en su reino de segunda: la dirección del semanario Trabajadores, un puesto que aceptó como trampolín pero que ahora siente como una celda.
La noticia, caliente aún, según las fuentes, quema en sus manos más que todos los ascensos que logró serruchando pisos durante veinte años en el periodismo oficialista. Él, que siempre se creyó destinado a más, ve cómo el sistema al que tanto sirvió prefiere a un burócrata del Comité Central, que llega desde Juventud Rebelde, antes que a un trepador de su astucia.
La historia de Joel es la de un hombre que aprendió pronto que en el periodismo revolucionario lo importante no es escribir bien, sino saber a quién hundir. Cuando llegó a Trabajadores como estudiante, ya tenía claro que su futuro no estaría en las redacciones, sino en los viajes al exterior que patrocinaba el Comité Central.
Su obsesión por el deporte no era casual: el béisbol daba acceso a Clásicos Mundiales y Juegos Olímpicos, esa ventana al mundo que tanto anhelaba. Pero para llegar, primero tuvo que eliminar a Julio César Mejías con la ayuda de Ruden Tembrás, y luego enterrar al veterano Abelardo Oviedo Duquesne, aquel exbaloncestista que escribía mal pero disfrutaba de protección oficial.
Lo curioso es que Joel, ahora director de Trabajadores, sigue sin conformarse. Soñaba con el Granma no por vocación periodística, sino porque era el último escalón visible en su carrera de ambiciones. No olvidemos que el ya cuarentón de Joel viene de Infanta y Manglar -o Fama y Aplaausos-. Y que allí se codeó con otros pesos pesados y lameculos del régimen.
Entre esos estaban Rosa Miriam Elizalde, Rogelio Polanco, Randy Alonso, vecinos de lujo que compartieron con él en el referido edificio de Infanta y Manglar que Fidel Castro regaló a los periodistas más leales. Pero el Buró Político prefirió a Yoerky Sánchez, un hombre de 41 años sin sombras en su currículum, sin pisos serruchados en su historial. Al menos que nosotros sepamos.
El problema de Joel es que su astucia, tan útil para ascender en las redacciones, se vuelve un lastre cuando se aspira a la cúpula. En el castrismo, los trepadores demasiado evidentes incomodan; prefieren a los funcionarios discretos, esos que no dejan huella más allá de su fidelidad.
Por eso Alberto Núñez Betancourt, a quien Joel dejó «flotando en el aire», fue enviado a dirigir Bohemia, esa revista que nadie lee ya, mientras Joel se quedaba con un diario digital aburrido. Es el precio de ser un jugador demasiado visible -y previsible- en un juego que premia la discreción.
Al final, Joel García sigue siendo lo que siempre fue: un hombre que cree merecer más de lo que el sistema está dispuesto a darle. Su molestia por no llegar al Granma es la de quien descubre que, en el fondo, es solo un peón útil pero prescindible.
Mientras Yoerky Sánchez se sienta en el despacho de la calle General Suárez, Joel seguirá maquinando su próximo movimiento desde las páginas de Trabajadores, consciente de que en el periodismo oficialista, la lealtad nunca basta cuando la ambición es tan transparente.
Y así, entre cuchicheos de pasillo y rencores acumulados, Joel García aprenderá la lección definitiva: en el castrismo, los alfiles pueden moverse en diagonal, pero nunca ocupar el lugar del rey. Su sueño del Granma se queda en eso, en un sueño, mientras la realidad lo condena a ser eternamente el director del periódico que nadie lee, en el país donde nadie cree ya en lo que lee .