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Por Elier Vicet ()
Santiago de Cuba.- La visita de Miguel Díaz-Canel a la Central Eléctrica Renté en Santiago de Cuba este jueves tiene todos los elementos de un ritual cuidadosamente coreografiado, donde la realidad queda fuera del guion. Lejos de ser un encuentro espontáneo con los trabajadores, el itinerario ha sido diseñado meticulosamente por la Seguridad del Estado para evitar cualquier contacto directo con la plantilla laboral.
Solo un reducido grupo de empleados, previamente seleccionados, tendrá permitido interactuar con el mandatario, y lo hará bajo estrictas condiciones: preguntas aprobadas de antemano y cero espacio para la improvisación. Es la puesta en escena del poder en su expresión más pura, donde la autenticidad es el primer sacrificio.
Mientras dure la visita, los trabajadores deberán permanecer encerrados en sus áreas, sin posibilidad de interactuar con el presidente hasta que este abandone el lugar. Esta práctica, repetida en cada presentación oficial, luego será mostrada en los medios estatales como «diálogo directo con el pueblo».
La simulación alcanza su punto más cínico cuando las preguntas incómodas –las relacionadas con el aumento salarial incumplido, las pésimas condiciones de seguridad o la deficiente atención a los empleados– son descartadas por la seguridad para evitar que Díaz-Canel sea confrontado con la cruda realidad del sector energético.
El discurso que se espera del mandatario no logrará ocultar lo imposible de disfrazar: el profundo déficit energético que mantiene a los cubanos sometidos a interminables apagones, a veces de más de 20 horas. En Santiago de Cuba, donde Renté es uno de los pilares estratégicos para la generación de electricidad, la crisis se vive con especial crudeza.
La termoeléctrica, al igual que otras instalaciones del país, sufre los estragos de décadas de desinversión, mantenimiento deficiente y una gestión que prioriza la propaganda sobre la eficiencia.
En vez de respuestas concretas, los trabajadores escucharán el mismo libreto de promesas incumplidas, bajo un escenario cuidadosamente fabricado para mostrar «avances» que solo existen en los partes oficiales.
La distancia entre el poder y la realidad se hace más evidente que nunca: en un país donde la luz se ha convertido en un lujo, las visitas presidenciales son actos vacíos, diseñados para proyectar una imagen de control que no existe. Mientras los hogares y centros de trabajo sufren los cortes, el régimen se refugia en su burbuja de mentiras orquestadas.
La visita a Renté es, en el fondo, un síntoma de la desconexión entre un gobierno que insiste en mantener las apariencias y un pueblo que ya no espera soluciones, sino solo sobrevivir a la crisis.
Los santiagueros, acostumbrados a las promesas incumplidas, ven este tipo de actos con escepticismo, cuando no con abierta desconfianza. Saben que, detrás de la coreografía presidencial, no hay un plan real para resolver el colapso energético, sino solo otra oportunidad para reforzar el relato oficial.
Al final, lo que queda en evidencia es la incapacidad del régimen para enfrentar la crisis con transparencia y eficacia. Las visitas cuidadosamente controladas, las preguntas censuradas y los discursos vacíos son la prueba de que el poder prefiere la simulación al diálogo honesto.
Mientras tanto, la crisis energética sigue su curso, y los cubanos, una vez más, se quedan sin respuestas y sin luz.