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Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana.- Hace aproximadamente un mes falleció NM (por respeto no digo su nombre, pues no sé si su familia está de acuerdo con hacer pública la anécdota). Era una vecina de mi barrio de toda la vida, una de esas señoras que me vio nacer, una asidua presencia en mi casa. Eran los tiempos en que aquellas jóvenes mujeres (aunque al adolescente que yo era entonces le parecían «viejas») entraban sin tocar en la puerta, siempre abierta, e iban directo a la cocina, donde mi madre acostumbraba recibirlas.

Allí tomaban café y saboreaban los jugos o dulces caseros de estación mientras chismeaban sobre el último nacimiento, entierro o «tarro» del pueblo, y también, ya desde tan lejana época, de la creciente escacez de esto y de aquello.

No podían imaginar aquellas tertulianas, ni mucho menos el muchachón que las oía desde el cuarto, molesto porque no lo dejaban dormir la mañana, que ese, la escacez, iba a ser el único y permanente tema (corregido y muy aumentado) en sus encuentros, cuando fueran ancianas de verdad, y que, con mucha suerte, acompañarían sus desesperanzadores comentarios con café malo, porque para hacer jugos y dulces se necesitan azúcar (algo que no faltaba entonces), y frutas, cuyos precios son prohibitivos, como si se tratara de manzanas, peras o higos importados y no de esas cubanísimas que crecen en cualquier patio de comadre.

¿Caja o carro? La escasez

NM y su familia (esposo e hijo único) siempre fueron personas de escasos recursos. Levantaron un cuarto y un baño accesorios a la casa materna de ella, a los cuales se accedía por un portal lateral, porque alguna traba burocrática no les permitió hacerlo en el frente. En un momento de efímera prosperidad levantaron unas paredes para ampliar su casita, pero eso fue todo cuanto pudieron hacer, la obra sigue inconclusa a día de hoy. Ella, viuda desde hacía años, llevaba mucho tiempo enferma y, como a todos, tarde o temprano, le llegó la hora de descansar (no digo en paz, porque ya ni eso).

He dicho con anterioridad que en Cuba, al menos en los pueblos de las provincias del interior, dejaron de existir los velorios tradicionales en las funerarias o viviendas. La mayoría de las veces el difunto permanece en su cama, tapado con una sábana, hasta que llega el servicio funerario (cuando llega). Entonces el cadáver es colocado en el ataúd… y directo para el cementerio. Ese fue el caso de NM, velada en la cama donde murió, con un ventilador (recargable) prestado por un vecino para mantener alejadas a las moscas, porque, como es habitual, todo esto que les cuento fue en medio de un apagón, por suerte, esta vez, durante el día.

No tuvo caja (casi), pero tuvo carro fúnebre; mi madre tuvo caja (por gestión de la familia, como ya he dicho), pero no tuvo carro. ¿Se estará reeditando en el caso de los servicios necrológicos aquel antiguo dilema de la ya desaparecida libreta de productos industriales (para nosotros «libreta de la tienda») de que si comprabas un producto no te tocaba su complemento, y había que escoger entre calzoncillos o medias, blúmers o ajustadores, zapatos o chancletas, perfume o desodorante, etc.? ¿Caja o carro, esa es la cuestión?

El cuñado… otra historia

La muerte no tardó en volver a acercarse a mi familia, esta vez tanto que nos golpeó duró. Hace poco más de una semana falleció mi cuñado. Era un hombre de 56 años, que dedicó toda su vida laboral al sector de la gastronomía, por la que profesaba auténtica pasión, solo comparable, quizás, con su generosidad con la familia y su adoración a San Lázaro, santo al cual erigió un hermoso altar. También, como NM, estaba muy enfermo, de hecho, lo aquejaban varias enfermedades, cualquiera de las cuales podía ser mortal, pero en su hora final no estaba hospitalizado, ni siquiera encamado. El día antes trabajó normalmente. Murió a la mañana siguiente, en su cama, sin dolor, como merecen los buenos.

En esa misma cama, como NM en la suya, fue velado casi todo el día. La familia tuvo que ir a la fábrica de ataúdes, en otro municipio, para conseguir uno. Fueron en un camión de caña (ojo, no por que la empresa lo brindara, sino por solidaridad del chofer). Tuvieron que esperar a que terminaran la caja, una cosa espantosa, mucho peor que la que se pudo conseguir para mi madre. Para colmo, llegó empapada, porque por el camino cayó un torrencial aguacero.

La funeraria no puso nada de lo que tradicionalmente aseguraba: una base para colocar el ataúd, un fondo, candelabros, nada. Hubo que improvisar, y como base se colocó el bastidor de una cama personal, de modo que la caja quedó mucho más baja que lo habitual, y había que inclinarse mucho para ver el cadáver. Todo el velorio, como el de NM, transcurrió en un apagón. Ese día quitaron la corriente a las ocho de la mañana (él murió sobre las nueve y media) y la pusieron a las diez y media de la noche, ¡casi quince horas!

La incertidumbre hasta el final

El camión de caña quedó de reserva (como la camioneta en el caso de mi madre) para, si era necesario, hacer la función de carro fúnebre. Por suerte, llegó un amigo de mi cuñado, alguien muy bien posicionado en el «Poder Real». Por supuesto, no puedo revelar su identidad. Al saber la situación, se alejó de todos y en medio del terraplén (porque esa calle nunca ha sido asfaltada) usó su móvil.

Media hora después llegaron el director de Desarrollo de la provincia y el director provincial de Comunales, el mismo sujeto que nos mintió descaradamente cuando murió mi madre, prometiendo un carro que nunca llegó. Solo que supimos quién era después del entierro, cuando ya se había ido, porque ambos dirigentes estuvieron todo el tiempo escoltando a quien los había convocado.

De esta forma mi cuñado hizo su último viaje como debe ser. ¿Y saben en qué pensábamos varios de los familiares mientras seguíamos al vehículo gris rumbo al cementerio del pueblo? Pues en algo que comentamos ya de regreso: estábamos muy agradecidos a quien hizo posible que todo terminara de la forma correcta, pero deseábamos de todo corazón que eso no hubiera sido a costa del dolor de otra familia, que ese carro no hubiera sido desviado de un funeral anteriormente indicado, una posibilidad que no podía descartarse, dejando a otros seres humanos en la incertidumbre de tener que improvisar un entierro. Algo terrible por lo que muchos cubanos (incluidos nosotros hace apenas 11 meses) hemos tenido que pasar. No quiero eso para nadie, Dios no lo permita más.

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