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Por Jorge L. León ()
Houston.- El socialismo, lejos de representar un camino hacia la justicia social y el progreso, se ha convertido en una maquinaria de demolición de sociedades enteras. Allí donde se instala, no crea riqueza, no fomenta la innovación, no libera al individuo: lo esclaviza, lo iguala en la miseria y lo arrastra a una agonía colectiva.
El caso cubano constituye un ejemplo paradigmático. Desde 1959, lo que se llamó “Revolución” debería llamarse con toda propiedad “destrucción”. Bajo el mando de Fidel Castro y un grupo de líderes improvisados, sin experiencia de gobierno ni respeto por la economía, Cuba inició un proceso de desmantelamiento que aún hoy pesa como una losa sobre su pueblo.
Desde el inicio, el castrismo se apoyó en la Unión Soviética, aceptando su tutela económica, militar e ideológica. Castro repetía frases como “Sin la URSS, Cuba no existiría”, confesión implícita de una dependencia absoluta. Los famosos “consejos” de Moscú no eran recomendaciones, sino órdenes que definieron la política económica y hasta cultural de la isla.
La “soberanía” proclamada en discursos no era más que una ficción: Cuba se convirtió en un satélite caribeño, un peón de la Guerra Fría, entregando su destino a los designios del Kremlin.
Un ejemplo que desnuda la irracionalidad del proceso fue la designación de Ernesto “Che” Guevara como presidente del Banco Nacional de Cuba en noviembre de 1959. El propio Guevara, interrogado por su falta de preparación en temas financieros, respondió con sarcasmo: “No se preocupen, aquí lo único que hace falta es tener dignidad”.
Esa decisión simboliza el desprecio del castrismo por el conocimiento técnico y la preparación profesional. El dogma ideológico estaba por encima de la lógica y del saber. El resultado fue la bancarrota de la estructura financiera del país, la desconfianza generalizada y la parálisis de los circuitos comerciales.
En agosto de 1961 se decretó el famoso canje del dinero, presentado como medida contra el “enemigo interno” y el “contrabando burgués”. En la práctica fue un golpe devastador contra el sistema financiero nacional. Cada ciudadano vio confiscados sus ahorros, pues el gobierno limitó el monto a cambiar, dejando el resto reducido a simple papel sin valor.
Con un solo acto se destruyó la confianza en el peso cubano, se quebró el pequeño sector privado que aún resistía y se instauró el miedo como regla en la vida económica. Los testimonios de la época reflejan la angustia de miles de familias que, en cuestión de horas, perdieron todo lo que habían acumulado durante generaciones.
La economía fue sometida a una lógica de caprichos ideológicos. Fidel Castro lanzó proyectos megalómanos como la “Zafra de los Diez Millones” (1970), que movilizó al país entero en una campaña absurda, sacrificando otras áreas productivas y terminando en un fracaso monumental.
La propiedad privada fue eliminada bajo la consigna de “expropiación revolucionaria”, lo que en la práctica significó el robo estatal de empresas, comercios y hasta viviendas. El propio Castro declaró en 1968, en la llamada “Ofensiva Revolucionaria”:
“Se acabó la propiedad privada en Cuba. Ya no habrá más comerciantes ni más burgueses”. Con ello, desapareció el motor natural de cualquier economía: la iniciativa individual.
El castrismo estuvo dirigido por hombres que nunca habían trabajado en la economía real, que despreciaban las leyes del mercado y que creían que los discursos podían sustituir a la producción. Fidel Castro decidía por capricho: un día ordenaba sembrar café en terrenos inadecuados, otro día decretaba la cría de búfalos o la introducción masiva de cabras africanas. Todo terminaba en fracasos que arrastraban al país hacia más carencias y desolación.
El resultado de estas políticas fue la destrucción del sistema financiero, la caída de la producción agrícola e industrial, la dependencia total de subsidios soviéticos y, finalmente, el hundimiento en la miseria.
Hoy, tras más de seis décadas, los cubanos sobreviven entre apagones, hambre y desesperanza. El socialismo prometió igualdad, y en efecto la cumplió: igualó a todos, pero en la escasez y en la frustración.
Como escribió Alexis de Tocqueville en el siglo XIX: “El socialismo es una nueva forma de esclavitud”.
La experiencia cubana lo confirma de manera trágica.