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El nombre que no fue: sobre policías, italianos y desmentidos en Cuba

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En Cuba, hasta la verdad tiene que hacer cola. La captura del presunto asesino del policía Leonel Mesa Rodríguez en Caibarién debería ser una noticia con nombre y apellidos, un parte oficial que cerrara el círculo del relato. Pero no. Lo que llega es un eco de versiones contradictorias, un rumor que se extiende por los patios y las redes, mientras el gobierno guarda un silencio que habla más que cualquier comunicado. La noticia no es lo que dicen, sino todo lo que callan .

Así pasó en La Habana hace unas semanas, con el silencio sobre el italiano que atropelló a un grupo de personas.Se habló de un ciudadano extranjero, un Audi, nueve personas atropelladas, y ni una sola palabra oficial que aclarara su identidad o su suerte. Hasta que 14yMedio nose aventuró con un nombre, no salieron los que gobierna -o mienten- con otro.

El contraste no podría ser más elocuente: para un presunto asesino de un policía, detención anónima y versiones extraoficiales; para un extranjero presuntamente responsable de herir a cubanos, un muro de silencio que huele a privilegio y a miedo a manchar la fachada .

Ver vídeo: (https://www.facebook.com/reel/820132413686219)

Y en medio de este caos, aparece el desmentido más creíble: el de un perfil en redes sociales que dice ser el mismísimo detenido, negando estar preso. ¿Es posible? ¿Puede un acusado de un crimen tan grave tener acceso a internet para desmentir su propia captura? La situación raya en el esperpento y socava hasta los cimientos la poca credibilidad que le quedaba a la versión oficial -si fue oficial aquello de que detuvieron al hombre-. Y no es que la gente crea ciegamente en un tuit, es que ha dejado de creer en quienes deberían dar la cara .

La opacidad calculada

Todo esto responde a una coreografía del poder muy estudiada. La falta de transparencia no es un despiste; es un protocolo. No dar nombres permite moldear la narrativa, dejar que las dudas crezcan para luego presentar un «héroe» capturado cuando convenga a la propaganda, o bien, dejar que el caso se enfríe en el olvido. Es una estrategia para controlar el relato, para que la única verdad sea la que ellos deciden contar, aunque sea a medias y con retraso .

El pueblo se pregunta, con toda la razón del mundo: si tienen al responsable, ¿qué protegen al no decir su nombre? ¿Es que acaso el nombre no existe? ¿O es que temen que, al nombrarlo, la historia se les desmonte por completo? Esta opacidad calculada no hace más que alimentar la certeza de que hay dos justicias: una rápida y expeditiva para algunos, y otra nebulosa y complaciente para otros .

Al final, el caso del policía Leonel Mesa Rodríguez y el del italiano del Audi son las dos caras de una misma moneda: la de un régimen que ha convertido la información en un arma y el silencio en su escudo. La pregunta ya no es cuál es el nombre del detenido. La pregunta es cuánto tiempo más podrá sostenerse un poder cuya única verdad demostrada es el miedo a decirla.

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