Enter your email address below and subscribe to our newsletter

La esperanza nunca viene

Comparte esta noticia

Por Oscar Durán

La Habana.- La escalinata de la Universidad de La Habana no vivió un concierto, vivió una puesta en escena. Silvio Rodríguez cantó, sí, pero la melodía quedó ahogada entre el murmullo de agentes vestidos de civil, policías con cara de estudiantes y una claque que aplaudía más por mandato que por emoción. La universidad, que debería ser símbolo de rebeldía y pensamiento crítico, se convirtió en un escenario tomado por la Seguridad del Estado. Ni rastro de la juventud que una vez la llenó de vida.

Y allí, como no podía faltar en su papel de figurante principal, estaba Miguel Díaz-Canel. El presidente se paseó entre cámaras y flashes, intentando maquillar con sonrisas lo que no se puede tapar: la crisis, la desesperanza, la falta de futuro. Su presencia no fue casualidad, fue un guion calculado. Se trataba de politizar un evento cultural para vestir de legitimidad a un régimen desnudo de respaldo popular. El canto de Silvio, que en otros tiempos fue resistencia, ahora suena a resignación al lado de un dictador.

Silvio cerró con Venga la esperanza, como si las palabras pudieran germinar en un país arrasado por la miseria. La ironía es grotesca: cantar esperanza donde no la hay, donde todo lo que crece es el miedo, la emigración y el desencanto. Es como invocar lluvia en medio del desierto mientras el pueblo se muere de sed. Su voz, antaño himno de generaciones, hoy parece eco de un pacto con la desmemoria.

Lo que ocurrió este viernes no fue un homenaje al arte, fue otra pantalla. Una pantalla que intenta ocultar que la universidad cubana ya no es un hervidero de ideas, sino un mausoleo vigilado. Que los estudiantes, en vez de ocupar la escalinata, hacen colas para el pan, revisan precios en MLC o planifican cómo escapar de la isla. La dictadura convierte cada espacio cultural en un acto de propaganda, cada canción en un clavo más en el ataúd de la libertad.

El concierto de Silvio es, en definitiva, la radiografía de un país manipulado hasta en sus símbolos. La escalinata, donde una vez se forjaron luchas, hoy fue escenario de un simulacro. Díaz-Canel al frente, rodeado de ciberclarias a sueldo, celebrando un espectáculo que no convenció a nadie. Todo un ritual vacío, como los discursos que ya nadie escucha y las promesas que jamás se cumplen.

Cuba no vive de canciones, vive —o más bien sobrevive— entre apagones, cárceles y colas interminables. La esperanza no vino ni vendrá en forma de melodía, porque la dictadura ya la enterró hace mucho tiempo. Lo de ayer fue otra postal de cartón, otro espejismo en un país donde lo único real es la miseria. Y mientras Silvio canta, el pueblo calla, emigra o resiste, sabiendo que en la isla no queda espacio para soñar.

Deja un comentario