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Por Eduardo González Rodríguez ()

Santa Clara.- Los enemigos de Cuba, dicen. Los que hablan mal de la patria, escriben en los periódicos. Los que traicionaron a nuestro pueblo, gritan. Y son felices dividiendo a los hombres. Y son felices dividiendo en dos al hombre mismo, al punto de confundirlo con ideas de dudosos matices socialistas.

Dejan entrever que el socialismo es igualdad, pero igualdad en hambre, en confusión y sacrificio. Igualdad hasta la muerte en silencio y obediencia. Nada de protestar, de exigir, de pedir cuentas, que el hombre del futuro debe ser mudo, ciego y vulnerable.

Mientras, en silencio, ellos dejan vegetar sobre sus cuerpos unas bochornosas panzas de jeques tropicales que les pone a sufrir el botón que va sobre el ombligo en el diseño de sus impecables guayaberas.

Nadie les dijo que las ideas son incompatibles con la grasa, que la grasa envilece, disminuye y enferma.

Nadie les dijo que esas panzas son hijas inmorales que denuncian la gula de sus padres, la poca espiritualidad de sus padres, la inmisericorde indolencia de sus padres. ¡Injusticia divina que a nadie se le ocurra recordarles que en ninguna tribu el hombre de la panza puede ser cacique! ¡Injusticia humana no decirles que en época de hambre lucir esas barrigas es ofensivo!

‘El enemigo’ es el culpable de todo

No obstante, dicen que Fake news, que todo está bien, que es la opinión del enemigo. Como si no fuera cierta la escasez de agua y comida. Como si no fuera cierta la escasez de vergüenza y medicamentos. Como si la falta de corriente no pusiera a las familias a vivir con triste incertidumbre este medioevo personal donde ya el hombre es lobo del hombre, donde ya no importa qué es verdad o mentira, qué cosa es izquierda o derecha.

«Infórmese por medios oficiales» dicen. «Los mantendremos informados», dicen. Y lo cierto es que ninguna información, ninguna palabra, ni la explicación más detallada, ha sido jamás el antídoto de la pobreza.

Un tipo a oscuras, aunque tenga toda la información de unidades que entran y salen de servicio, seguirá estando a oscuras. Un tipo con hambre, aunque tenga en su teléfono toda la información del mundo, seguirá teniendo hambre.

Creo que ya es hora de preguntar por qué el que explica no tiene la misma hambre del que escucha, por qué el que explica no tiene la misma oscuridad del que escucha. Y sobre todo, por qué el que explica y promete cosas -a todas luces imposibles- no tiene el mismo miedo que el que escucha.

Yo sé, desde hace rato, la respuesta. Y el que explica también, eso es seguro.

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