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Novosibirsk.- Desde que tengo uso de razón recuerdo que me inculcaron muchas cosas. La primera y más importante: decir la verdad.

Mi madre lo repetía siempre, es mejor ponerse rojo una vez y decir las cosas como son aunque le duela o moleste a alguien.

Decir la verdad y llamar las cosas por su nombre no era una consigna, era un principio de vida y desde la dirección del país se pedía y hasta se exigía que así actuáramos. Eso era ser revolucionarios, ser intransigentes y criticar lo mal hecho, costara lo que costara. En ese contexto crecimos y forjamos nuestras perspectivas de vida.

Eso nos trajo muchos problemas y conflictos en el entorno profesional y familiar también, pero siempre nos quedaba el sabor remanente de haber actuado en consecuencia a nuestra forma de pensar porque yo pensaba y actuaba según mis propias convicciones.

De pronto y un buen día, decir la verdad y criticar enérgicamente lo mal hecho se convirtió en “hacerle el juego al enemigo”. A muchos de los que continuaron defendiendo la verdad se les tildó de hipercríticos y hasta de oportunistas. Empezaron a disfrazar la verdad con velos y eufemismos, a demorarse para decirla o para ver cómo la decían.

Lo importante: no perder el poder

Entonces, mucha gente que tenía convicciones basadas en la verdad asumida se dio cuenta de que había mucha falsedad en todo aquel andamiaje de consignas y verbos.

La verdad no importaba ya y al parecer nunca importó. La cosa era no perder el poder aunque para ello mutaran los principios y compromisos sociales.

Y el resto es historia vivida y lamentablemente comprobada.

Lo que vivimos hoy es el simple resultado de vivir con y en la mentira. De practicar el engaño a nivel institucional e ir dejando de decirle al pan – pan y al vino – vino.

Al final hoy no tenemos ni pan ni vino, ni azúcar ni sal y muchos de los que administran la mentira oficial solo sacan la verdad cuando ya las redes se han cansado de repetirla y hasta de distorsionarla.

Así han ido acabando con la esperanza y golpeando bajo al poco optimismo que nos queda, mientras sigue dando vergüenza ver qué lejos anda el discurso oficial de la triste realidad de la mayoría de los cubanos.

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