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Por Hermes Entenza ()
Nuremberg.- Conozco a muchos cubanos que llevan años viviendo fuera de la isla, en total libertad y en pleno convencimiento de que salieron de un infierno pero, yo que soy un jodedor provocador, cuando nos topamos por ahí, les grito ¡Abajo Fidel, abajo Canel!, y ¿saben qué sucede?, hacen total silencio.
Luego, inconscientemente miran a los lados para ver quién está escuchando. Ríen, me saludan casi nerviosos, cambian el giro de la conversación y así, estamos un rato charlando de cualquier cosa, incluso del desastre que es Cuba hoy, pero son incapaces de ejercer el grito de furia.
Ayer una amiga me presentó a una cubana. Una morena gorda cuarentona, de ojos saltones y simpáticos. Me preguntó cuánto tiempo llevaba aquí, y le dije que tres años de haber salido del infierno.
¿Tú eres disidente? Echa pallá, muchacho, que yo no quiero líos con los comuñangas de Cuba.
Me pregunté: ¿miedo a qué, o a quién, si esta mujer vive a 8.000 kilómetros de Cuba?
Es un daño psicológico muy difícil de curar. La inyección diaria que nos ponían en la escuela, en el centro de trabajo, en la beca, y en el vecindario, que nos enmudecía y nos congelaba la lengua, tiene un fijador muy fuerte.
Es el miedo atroz, el miedo al vecino, a la sombra que nos escucha; es el terror a ser marcado con un número en la espalda que llevaremos eternamente. Es el peligro del chivato de la cuadra, el temor al lameculos que intenta anotarse un punto.
Yo no critico al que calla, al que alimenta su silencio a veces con dolor, esté dentro o fuera de Cuba; eso es muy personal, y a veces depende de mil artimañas del estado para que justifiquemos nuestro silencio: la jevita que quedó alla, el jevito, la esposa, el esposo, la casa alquilada, una moto MZ, la futura borrachera en Varadero.
Es triste sabernos entes programados estratégicamente para aplaudir y callar, con miedo de que nos arranquen los ojos o nos despojen de todo lo que amamos, simplemente por ejercer el derecho universal de estar en contra de un gobierno y gritarlo sin miedo.
La morena se despidió muy agradable, y yo sentí mucha lástima, por ella, y por mí.
Pobre de nosotros, los cubanos.