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(Tomado de Mujer Mediana)
Es sábado y hablo con mi madre. Me cuenta que ha recibido de sorpresa un paquete de mi hermana esta mañana: pechuga de pollo, queso crema, unas maltas, jamón. Que un hombre llegó preguntando por ella en su cuadra, porque tenía un envío con su nombre, y ella pensó que se trataba de una confusión.
Ni yo ni mi hermana le habíamos dicho que mandaríamos algo hoy. Pero aquí dice su nombre, dice que le dijo el mensajero, y luego cuando dijo quién se lo enviaba, ya despejó toda duda. Ah sí, esa es mi hija mayor.
Mi madre me contó que el hombre le contó que eso pasa muy a menudo, que llega a una familia con un paquete y alguien reacciona igual que ella: ay, pero no hacía falta.
Y claro que siempre hace falta, porque en Cuba falta todo, pero me imagino que sean muchas las madres como la mía, que no piden nada nunca, solo escuchar las voces de sus hijas todos los días. Dice que no puede dormir si no nos escucha.
Un día tú vas a saber lo que es eso, me advierte cuando yo protesto por su insistencia y alego que en mi vida no ha pasado nada de interés en las últimas 24 horas.
Pero ella quiere saber qué desayuno, qué almuerzo, qué como, y a qué hora desayuno, almuerzo y como. Para ella, la comida no es apenas comida. Es capaz de saber si estoy bien o mal nada más que con esas informaciones.
Cuando pregunta si un batido fue todo mi almuerzo no está en verdad preguntando si un batido fue todo mi almuerzo. Está preguntando algo más serio. Y ahí sigue a otra pregunta y a otra, hasta que averigua lo que sea que busca averiguar.
Por ejemplo: ¿no tenías hambre? ¿no te dio tiempo a cocinar?, ¿no tenías ganas de cocinar?, ¿tienes comida?, ¿te sientes mal?, ¿pasó algo?
Y si salgo de casa: con quién salgo, a qué lugar, qué ropa me puse, si me recogen o voy en taxi, a qué hora vuelvo y cómo vuelvo. Ella no pide otra cosa que saber todo sobre sus hijas. Y también sobre sus nietas, las hijas de mi hermana.
Me imagino que la historia se repita en otros miles de hogares cubanos separados por la distancia.
A veces me deja mal sabor que se hable tanto de la Cuba que pide, y no de la Cuba que nunca pide, aunque necesite. Hay familias allá que saben lo que cuesta en Estados Unidos poner un techo sobre la cabeza y lo fácil que es perder ese techo.
Para muchas personas -más si son migrantes sin una casa familiar a la que volver en una emergencia- es tan fácil como perder un trabajo. Y perder un trabajo es tan fácil como tropezar y caer y fracturarse un pie, tan fácil como enfermar, o tan fácil como que cambie el gobierno y perder el permiso de trabajo.
Las familias siguen teniendo un mismo corazón partido en dos por la distancia. Si ambas partes no están bien a la vez, ninguna está bien. Cuidar de la otra parte no es más que cuidar de la nuestra.
No es exageración decir que aquí la comida no baja por la garganta si no te sientas frente al plato con la certeza de que allá también tu familia está comiendo. Ya que no podemos sentarnos juntos a la mesa a comer, asistir a ese ritual tan legendario, por lo menos podemos compartir y multiplicar panes y peces.