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Por Oscar Durán
Artemisa.- Güira de Melena volvió a quedar en evidencia como víctima del colapso eléctrico cubano en la noche de este sábado. Una subestación explotó pasadas las siete de la tarde, desatando un incendio que dejó a todo el pueblo sin corriente. El estruendo sacudió a los vecinos, que corrieron aterrados mientras las llamas se propagaban con rapidez. No era un simple fallo técnico, era la confirmación de que el sistema energético de la isla es una bomba de tiempo.
Los bomberos llegaron, y tras horas de esfuerzo, lograron sofocar las llamas. Esa es la parte oficial, la que siempre se repite como un guion: hubo fuego, hubo pánico, llegaron los efectivos, se controló la situación. Pero detrás de esa narrativa, lo que no se dice es lo fundamental. La explosión no fue un accidente fortuito, fue el resultado de años de negligencia, falta de mantenimiento y abandono. Las infraestructuras ya no resisten más.
Ahora las autoridades hablan de investigaciones y de una posible sobrecarga en las líneas eléctricas. Otra excusa. Lo cierto es que desde hace décadas el sistema nacional opera en estado crítico. Está parchado con soluciones temporales que nunca resuelven el problema de fondo. Cada sobrecarga, chispa, o tormenta puede convertirse en tragedia. Los equipos están tan deteriorados que basta un descuido mínimo para que el país entero quede a oscuras.
Mientras tanto, los vecinos son quienes pagan la factura más alta: noches enteras sin electricidad, alimentos echados a perder, niños y ancianos expuestos a la angustia y al calor insoportable. A eso se reduce la vida en Cuba. Es esperar que un transformador reviente para darse cuenta, una vez más, de que la dictadura es incapaz de garantizar lo más básico. Cada apagón es también una metáfora de un país apagado en su esperanza y en su futuro.
La explosión en Güira de Melena no fue solo un accidente eléctrico: fue una advertencia. Un recordatorio de que el sistema se derrumba. También de que la propaganda no alumbra. Mientras el régimen siga apostando al discurso en lugar de a soluciones reales, los cubanos seguirán viviendo entre el humo, las llamas y la oscuridad.
Ese es el verdadero rostro de la “potencia energética” que el castrismo juró construir y que hoy solo deja cenizas.