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El barco de la supervivencia

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Cuba recibió este sábado un buque cargado de alimentos, fertilizantes y semillas enviado por Venezuela. La noticia acaparó titulares. La dictadura la vinculó directamente con la inauguración de la nueva ruta comercial de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

El barco, llamado Manuel Gual, atracó en la terminal de contenedores de Mariel. El propio primer ministro Manuel Marrero encabezó la ceremonia de recibimiento. Más allá del acto protocolar, lo que se esconde con todo esto es una muestra evidente de seguir aparentando una hermandad próspera y sostenible completamente inexistente.

En su intervención, Marrero agradeció en nombre del Partido y del pueblo cubano la solidaridad venezolana. Aprovechó para reafirmar el respaldo absoluto a la llamada Revolución Bolivariana, en un contexto marcado por el despliegue militar estadounidense en el Caribe.

El mensaje no fue solo de gratitud, sino también de resistencia ideológica. El gobierno cubano quiso dejar claro que, pese a la crisis interna, sigue alineado con los discursos antiimperialistas de siempre. Sin embargo, resulta difícil obviar la contradicción de un país que se proclama soberano mientras celebra con solemnidad la llegada de un cargamento de alimentos regalados.

Según la Agencia Cubana de Noticias, el donativo no solo incluye productos destinados al consumo humano, sino también insumos para la producción agrícola y la cría de animales. La justificación oficial es que se trata de un aporte al bienestar del pueblo cubano. Este donativo llega en un momento en que la escasez de alimentos golpea con dureza a las familias de la isla.

El embajador venezolano en La Habana, Orlando Maneiro, aseguró que este envío forma parte de un programa de “recuperación económica conjunta” entre ambos países. La realidad, no obstante, es que tanto Cuba como Venezuela atraviesan sus peores momentos económicos en décadas.

Un total fracaso económico

La ALBA, fundada en 2004 como alternativa a los tratados de libre comercio promovidos por Washington, aparece ahora como el marco político donde se enmarca esta operación. En la última cumbre del bloque, se habló de diseñar una red de transporte marítimo regional que redujera costos logísticos y ampliara mercados.

El arribo del Manuel Gual se presenta como la primera materialización de esa idea. No obstante, la historia de la alianza ha estado marcada más por consignas que por resultados tangibles. Este tipo de gestos parecen más bien intentos de reanimar un proyecto debilitado por la crisis estructural de sus miembros.

El trasfondo geopolítico es evidente. Tanto Cuba como Venezuela, sometidas a sanciones de Estados Unidos, buscan en la retórica de la integración regional un salvavidas. Quieren legitimar internamente sus fracasos económicos. Lo que para sus líderes es un símbolo de resistencia, para el ciudadano común no pasa de ser un recordatorio de que su mesa depende de la voluntad política de otro gobierno igualmente empobrecido. Lejos de ser un triunfo del “modelo alternativo”, el donativo es una confesión abierta de precariedad y dependencia.

Así, la imagen del barco descargando mercancías en Mariel resume la paradoja de estos tiempos. Los gobiernos de Cuba y Venezuela celebran como victoria lo que en realidad evidencia su debilidad. Se habla de rutas comerciales y de desarrollo sostenible, pero lo que llega a la isla es ayuda humanitaria disfrazada de integración.

Mientras tanto, la población sigue enfrentando apagones, inflación y desabastecimiento. La ruta inaugurada no es la del progreso ni la de la soberanía, sino la del auxilio mutuo entre dos regímenes que naufragan. En lugar de reconocer su fracaso, lo convierten en espectáculo político.

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