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Por Yoandy Izquierdo Toledo (centroconvergencia.org)

Pinar del Río.- El inicio del curso escolar en cualquier sitio, y por supuesto en Cuba, trae consigo preocupaciones que, año tras año, lejos de disiparse se incrementan. Hay muchas razones por las que debemos estar atentos: la calidad de la enseñanza, el déficit de maestros y las condiciones materiales.

No es extraño ver cómo muchos padres están deseosos del reinicio de las clases, porque sus dinámicas de trabajo no les dejan tiempo para ocuparse de los hijos en horarios laborales, en los meses de vacaciones de julio y agosto. Sin embargo, otros tantos expresan que nunca quisieran que llegara el primero de septiembre porque es comenzar a padecer un calvario que se extiende por diez meses y que no se sabe lo que depara cada año.

La primera actitud describe la necesidad de tener a los hijos ocupados en la escuela, para que los padres puedan ejercer sus trabajo; es decir, una cuestión práctica de tiempo y espacio. La segunda actitud está relacionada con un tema más de fondo, porque reconoce que el camino a iniciar no es nada fácil porque está repleto de obstáculos a sortear.

En cualquiera de los dos casos la afectación para el alumno es la misma y la comunidad educativa que deben formar los alumnos, los padres y la familia se ve afectada como consecuencia de un sistema que no por ser educativo escapa de los errores y la crisis terminal del sistema económico, político y social que impera en la Isla.

La calidad de la enseñanza y la educación en valores y virtudes, hace mucho tiempo, parece que dejó de ser el objetivo principal del sistema educativo cubano en cualquiera de sus niveles de enseñanza. Hemos visto a lo largo de los años que estos parámetros, que pueden ser medidos a través de otros muchos indicadores que tributan al gran concepto de “calidad”, se manipulan confundiendo muchas cosas.

Hablando de promoción

Por ejemplo, se confunde promoción con retención, siendo esta segunda más importante porque, más allá de educandos que hace falta preparar para el futuro, se valoran como números, estadísticas que no deben sufrir cambios negativos. La promoción es entendida como la acción mediante la cual los estudiandes finalizan su año académico venciendo satisfactoriamente todas las disciplinas impartidas y avanzando así hacia el curso siguiente.

La retención, por su parte, mide las tasas de abandono escolar y la continuidad de los estudios de los alumnos en una determinada etapa educativa. No es de extrañar que en el sistema educativo oficialista, porque no es posible aún que los padres, como es siempre su derecho, escojan el modelo educativo que deseen para sus hijos, importe más cuántos pasan de grado, que cómo o cuán preparados están los que pasan de grado.

Escuchamos cada año las típicas frases: “aquí todo el mundo aprueba”, “lo importante es pasar de grado”, “a mí nadie se me queda sin pasar”, “todos tienen que terminar el curso”, “todos tienen que concluir la enseñanza”.

Entonces, después, tenemos médicos y maestros, por hablar de las profesiones más abundantes y también más mal consideradas en cuanto a salarios y condiciones de desempeño laboral, mediocres, frustrados, sin preparación alguna porque, sencillamente, nunca existió la más mínima formación vocacional, la más mínima base preparatoria desde los primeros niveles de enseñanza, ni el más mínimo interés por la calidad que es la que garantiza profesionales de bien.

Calidad educativa y recursos materiales

La calidad educativa, como elemento multifactorial, está relacionada y su estado favorable o desfavorable es directamente proporcional a condiciones materiales que son el soporte para la educación. Si queremos realizar una evaluación, no podemos hablar solo del receptor del componente educativo, sino también del emisor y el medio para desarrollar el proceso de enseñanza aprendizaje.

La gestión inadecuada de los recursos, de los pocos recursos asignados al sector, obviamente va en detrimento de la calidad. Fijémonos que ni siquiera es que los recursos sean insuficientes, que lo son obviamente, sino que los pocos con los que se cuenta sean gestionados de un modo que a veces no se entiende, no se explica y no tiene sentido.

O acaso, por ejemplo, por solo hablar del recurso “tiempo”: ¿es posible que con los baches provocados por la pandemia del coronavirus, las interrupciones escolares por falta de electricidad o efemérides o feriados, el curso termine antes?

Y si hablamos de los recursos materiales como útiles escolares, los libros para cada enseñanza, el mobiliario escolar, las condiciones constructivas de las aulas, los baños de las escuelas, los comedores, los alimentos en los seminternados o escuelas internas, el agua para limpieza, cocina y aseo y otra larga lista, cada padre, cada alumno y cada maestro tiene una vivencia triste que contar.

Escasez de maestros

Cada año también se presenta el déficit de maestros como un problema, lo que va en detrimento total de la calidad en la educación. Sin maestros no se puede aprender. Sin buenos maestros no se puede formar, más allá de la instrucción, a buenas personas para la vida. Pero como suele suceder con otros muchos sectores y temas en Cuba: si no se ataca el mal de raíz, se estropea la raíz y el árbol muere sin dar flores ni frutos.

Es urgente y necesario hacer el análisis de por qué no tenemos los maestros suficientes. Hay educadores que han decidido pasar al sector privado, y no precisamente a ejercer la labor educativa que en Cuba está disfrazada bajo el eufemismo de “repasador” en la lista de trabajos por cuenta propia permitidos.

Lo han hecho por cuestiones como la política salarial, porque no están de acuerdo con el adoctrinamiento ideológico, con las condiciones materiales y de vida del sistema educativo, con la labor sacrificada, mal pagada y mal tratada, de enseñar en las aulas cubanas contra los “molinos” de la burocracia, el cumplimiento de las tareas “desde arriba” sin derecho a réplica y la mentira institucional.

Vemos también con frecuencia cómo los maestros con los que se cuenta son antiguos educadores recontratados que lo hacen para mejorar sus condiciones de vida porque, después de trabajar todo su vida en el sector de la educación, necesitan aumentar sus pensiones con esta nueva modalidad de reinserción laboral después de la jubilación.

Para los jóvenes educadores no hay incentivos, solo trabajar por amor a la profesión, abstrayéndose de tantas calamidades en un sector vital para la formación de mejores profesionales y mejores ciudadanos en un país tan dañado desde la médula.

La educación… olvidada

Pero, como a veces nos preguntamos ¿a quién importa? ¿Nos hemos acostumbrado a la calamidad? ¿Hemos perdido las fuerzas en otras batallas y hemos dejado de lado la de la educación? La famila ha venido a cubrir todas las carencias de la escuela y el Estado; comprar el uniforme o encargarlo “afuera” porque no hay en Cuba; conseguir la base material de estudio, llevar una mesa o una silla, una lámpara o un ventilador a la escuela, aunque no está bien, puede ser un aporte muy loable de los padres.

Lo que sí debe ser un complemento y no una acción única de la familia, es la calidad de la enseñanza. Hacen falta educadores preparados, creyentes acérrimos del deber de educar para la vida, que junto a los padres y familiares en general, conformen la comunidad educativa que tanto soñamos para Cuba y que tanto Cuba necesita.

Más allá de los recursos materiales, muy necesarios sin dudas, afloran cada año por estas fechas aquellos célebres aforismos de José de la Luz y Caballero, insigne educador cubano:

“Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”. Porque “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida”.

Vayamos otra vez a las aulas, pero con estos presupuestos éticos y cívicos: educación de calidad, sin adoctrinamiento y verdaderamente centrada en la dignidad de la persona humana.

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