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Por Datos Históricos.-
La Habana.- Cuando las tropas mongolas sitiaron Bagdad en 1258, la ciudad era considerada el corazón del conocimiento del mundo islámico. Sus bibliotecas guardaban miles de manuscritos de ciencia, filosofía, medicina y poesía, acumulados durante siglos.
Cuando la ciudad cayó, las obras fueron arrojadas al río Tigris, que según cuentan las crónicas, se tiñó de negro por la tinta de los libros.
En medio de la destrucción, un hombre llamado Ibn al-Alkami, erudito y custodio de la biblioteca, arriesgó su vida para rescatar lo que pudo. Ocultó manuscritos en su propia casa, escondió pergaminos entre ropas y consiguió sacar algunos volúmenes que de otro modo habrían desaparecido para siempre.
No pudo salvarlo todo, pero gracias a esos esfuerzos silenciosos, parte del legado científico y literario de Bagdad sobrevivió. Su nombre quedó eclipsado por la magnitud de la tragedia, pero sus actos recuerdan que incluso en la barbarie, siempre hay alguien que protege la memoria de la humanidad.