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La nueva ola migratoria cubana es una pandemia virulenta de irracionalidad y daño antropológico

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Por Carlos Carballido

La nueva ola migratoria cubana en EE. UU., destapada desde que la administración Biden abrió las fronteras, se está convirtiendo en un virus infeccioso de tal virulencia. Ha podido —incluso— contagiar a los paisanos que llegaron mucho antes a “tierras de libertad”.

Lo vemos en las redes sociales, específicamente en TikTok, donde el algoritmo ha sido diseñado para crear tendencias. Estas tendencias equivocadamente se asumen como realidad objetiva o como sentimientos homogéneos de una comunidad.

El ejemplo más cercano es la aversión a Trump, sencillamente porque está aplicando la mano dura para respetar las leyes migratorias. Ellos ya no pueden disfrutar de estas leyes desde que Obama les quitó ese privilegio.

Más recientemente, el colmo de la irracionalidad: la defensa en redes de un inmigrante “ilegal” indio que provocó un accidente fatal al dar un giro en U con un tráiler de 18 ruedas. No se han puesto del lado de las víctimas fallecidas. En cambio, están con el victimario, pidiendo clemencia bajo el argumento de que “eso les podría pasar a ellos”.

El peso de haber vivido en Cuba

Pero hay más en esta inmoralidad. Esos cubanos han propuesto un boicot camionero a Florida porque su gobernador ordenó la presencia de ICE en los centros de pesaje estatales. Esta medida busca evitar que choferes comerciales ilegales, o con desconocimiento del inglés y de la señalización de tránsito, sigan siendo un peligro potencial en la carretera.

Lo peor no son ellos: son también sus familiares y amigos de otras generaciones que se están intoxicando con estas estupideces. Se oponen al respeto por la Ley y el Orden. Esta es, en sí misma, la esencia del daño antropológico que, por desgracia, incuban todos los cubanos.

Es lamentable, pero el exiliado cubano reciente carga su mochila con el pasaporte… y además con 60 años de entrenamiento en la supervivencia del cinismo.

El castrismo es un gen dormido en todos ellos que, con el primer pan con croqueta, se despierta. Castro no solo arruinó la economía de su isla-finca. También fabricó un tipo de cubano que, puesto en libertad, necesita aprender a ser libre desde cero. Sin embargo, se resiste a ese aprendizaje.

Cuba dentro de la psique

Lo que el cubano trae en su exilio no es nostalgia, sino una herencia tóxica: la incapacidad de creer en nada más allá de la supervivencia inmediata. No importa deberes y derechos en una sociedad que le abre los brazos.

El castrismo creó un producto único en el mercado global: un ciudadano que cree saberlo todo. Este ciudadano cree que lo merece todo y que entiende la Ley no como norma para cumplirla, sino como obstáculo a desconocer.

La diáspora cubana que nos ha invadido como plaga no es solo geográfica: es psicológica, ética y cultural. El daño antropológico los acompaña como segunda ciudadanía.

El cubano moderno no solo huye de la Cuba geográfica con la idea de regresar algún día lleno de pacotilla al “añorado terruño”. También carga a Cuba dentro de su psique. Ese lastre es lo que se entiende como el verdadero daño antropológico.

Recomponer esa tendencia es imposible sociológicamente, a menos que cambios radicales —o exterminios violentos— los obliguen a modificar su actitud.

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