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Por Jorge de Mello ()
La Habana.- Ayer por la tarde, en el momento en que el sol infernal de agosto es más agresivo, alguien pasó repitiendo un pregón que me llamó la atención. Me indujo a realizar una reflexión bastante elemental.
¡Se venden rollos de gasa y de esparadrapo! Gritaba una mujer muy delgada, que cargaba a la espalda una mochila abultada. En su mano derecha enarbolaba como un trofeo dos rollos grandes de esparadrapo. En la otra llevaba un recipiente de plástico transparente que dejaba ver en su interior varios paquetes de gasa.
Inmediatamente pensé que posiblemente en ninguna otra zona del planeta existan vendedores ambulantes ofreciendo a viva voz esos productos. Quizá ni en la Franja de Gaza ni el Donetsk ucraniano, donde estos suelen comprarse normalmente en las farmacias.
Entonces, me di cuenta que estaba frente a una de esas situaciones extraordinarias y absurdas. En nuestro país hemos ido naturalizando estas situaciones, obligados por la persistencia de tantas carencias y adversidades.
Mucho antes de la actual agudización de la crisis permanente cubana, es decir, desde hace varias décadas, en nuestro país resulta imposible adquirir en las farmacias productos simples para curar heridas. Entre ellos, se incluyen el algodón, esparadrapo o antisépticos comunes tipo yodo, agua oxigenada o alcohol.
Estuve durante un rato buscando en mi memoria y no logré recordar la última vez que pude comprar en una farmacia cubana un paquete de esparadrapo. Tampoco recordé obtener gasa o un sencillo frasco de alcohol.
Imagino que la vendedora debe haber recorrido varios kilómetros ofreciendo sus productos. Sin embargo, me atrevería a asegurar que estamos tan enajenados que a ningún vecino se le ocurrió pensar en lo alarmante que resulta. Pues, seguimos asumiendo ese tipo de eventos inauditos como sucesos comunes de nuestra vida cotidiana.