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Buscar el sentido de la vida en Cuba

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Por Yoandy Izquierdo Toledo (centroconvergencia.org)

Pinar del Río.- En regímenes cerrados como es el caso cubano hay autores, pensadores, filósofos, de referencia universal. Cuando consultamos la literatura a muchos nos viene pronto a la mente el pensamiento orwelliano, por aquello de los excesos de poder lesivos para el bienestar de una sociedad libre y abierta. Elementos descritos por el novelista, ensayista, periodista y crítico británico George Orwell en sus dos obras maestrras sobre el totalitarismo: Rebelión en la granja y 1984.

En otros momentos recordamos a la filósofa e historiadora Hannah Arendt que, siendo también politóloga y socióloga, escribió sobre teoría política abordando conceptos como la banalidad del mal y el pluralismo político en clásicos como: Los orígenes del totalitarismo y La condición humana.

Sin embargo, hoy quiero recordar a otro de los grandes, a otro clásico, al neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco Viktor Frankl y una de sus obras cumbre, El hombre en busca de sentido. Tan solo la frase podría resultar en un proyecto de vida para el cubano que permanece en la Isla, para el niño que ha venido al mundo en la Cuba de hoy y para el anciano que ha visto que con el paso de las décadas el horizonte de la tierra prometida se desvaneció. En fin, podríamos llamarle, en una versión muy caribeña y autóctona: el cubano en busca de sentido.

Esta columna hubiera salido publicada desde La Habana, pero no importa la geografía. Como no ha importado la geografía hace 418 jueves en que han podido publicarse ininterrumpidamente. Hubiera salido desde La Habana porque hoy estaría en La Habana, pero al ser impedido de ejercer el derecho a la libertad de movimiento en algunos momentos de mi vida, sale desde Pinar, de donde orgullosamente soy.

Soy de los que cree que no es cierto aquello de que “La Habana es Cuba y lo demás son áreas verdes”; pero si así fuera, estoy orgulloso también del verdor de Pinar que evoca la esperanza, del monte donde crece la palma, firme y serena ante el embate de los ciclones, que por esta zona atacan más, y del cultivo del tabaco que desde los inicios dotó a esta tierra, bendita desde el suelo, de un pensamiento occidental y no solo por lo geográfico. Así que libertad no depende de ningún sitio, sino de ti, de mí, de nosotros. Por eso recuerdo hoy a Viktor Frankl.

Este vienés sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en campos de concentración nazis. Solo su experiencia de vida bastaría como fuente de inspiración, pero podemos contar con el libro best seller El hombre en busca de sentido. De principio a fin es un programa de vida para todo aquel que cree que su situación actual ha llegado al límite, nada raro en nuestra cotidianidad. Es un modelo para todo aquel que cree que ya lo ha visto todo y no queda más. Cada día los cubanos nos levantamos y no dejamos de sorprendernos de la nueva medida, de la forma diferente en que ahora se llama a algo que de toda la vida tuvo su nombre o del pedido a la resistencia creativa, que nada tiene que ver con lo que Frankl nos propone.

Viktor Frankl, habiendo vivido la experiencia nazi, teniendo ante sus ojos el crimen y la barbarie, pudo constatar que, aún en esa adversidad, o quizá por esa misma adversidad, sale a flote la esencia humana, lo que de verdad nos hace libres. En sus propias palabras podemos encontrar que:

Al hombre se le puede quitar todo menos una cosa: la última de las libertades humanas: la de elegir su actitud en cualquier conjunto de circunstancias, la de elegir su propio camino.

Es decir, que depende nosotros, absolutamente, decidir si nos derrotamos o si vivimos una vida buscando, de forma constante, lo positivo; trabajando por ello con creatividad (no la que se nos pide para hacer más con menos o para resistir no sé de qué manera, o sí, como una especie de síndrome de Estocolmo).

Fijémonos que esa última de las libertades humanas está relacionada directamente con algo que a veces nos cuesta entender, tanto o más que la misma falta de libertad: me refiero a la responsabilidad. Somos responsables, en medio de la crisis, de cómo vamos a asumir la crisis, de cómo vamos a sobrevivir a la crisis empujando para salir de ella y no dejando del lado del otro las riendas de nuestros proyectos de vida. En La Habana, en Pinar, mi proyecto de vida sigue siendo el mismo, no depende de un viaje puntual, impedido alguna o varias veces; depende, sin embargo del uso que quiera darle yo mismo a mi libertad, responsablemente.

Viktor Frankl también nos comparte sus acepciones de la felicidad. ¿Cuál podría ser la felicidad para una persona en un campo de concentración? ¿Cuál podría ser, incluso, la felicidad para una persona sobreviviente de un campo de concentración? Y lo hace comparando a la felicidad con una mariposa, que también significa cambio y transformación, teniendo en cuenta los procesos por los que pasa el gusano para llegar a volar colorido y libre.

La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es posarse en el camino, sino una forma de caminar por la vida.

A los cubanos nos cuesta, y es entendible, asumir los procesos como algo positivo. Es difícil hablar de disfrutar el proceso, porque enseguida se puede asociar al proceso como causa del mal que padecemos. Es difícil, en medio de un mundo donde la inmediatez es el factor clave, decir que más tiempo de camino equivale a más éxito, cuando nos han educado para alcanzar lo fácil, que muchas veces resulta efímero. La felicidad puede ser que no la encuentre ni en La Habana, ni en Pinar, si no dispongo mi vida para, no solo vivir los procesos, sino comprometerme responsablemente con aquellos procesos que den sentido a mi existencia; que no son un viaje o un encuentro puntual, sino la vida junto a la familia y los amigos, la superación constante, el servicio al prójimo, a la Iglesia y a Cuba.

Viktor Frankl, entre tanto, ¿qué nos puede aportar? No solo nos recuerda la última de las libertades humanas y el camino de la felicidad, que como el camino de la vida es sinuoso, sino que, además, nos comparte que en ese tránsito el amor es la meta más alta. Por el amor y en el amor es que el hombre puede ser salvado. Alguien me dijo un día, no precisamente en el mismo sentido del que comento hoy, que el amor no tiene geografía. Si no tiene geografía significa que no tiene fronteras, entonces alcancemos esa meta más grande para las relaciones humanas y para Cuba con la rosa blanca de Martí, que es también el perdón en el Evangelio de Jesucristo.

No importa si en La Habana o si en Pinar, ese elemento geográfico no es lo principal cuando la persona decide ejercer la última de las libertades humanas y ser feliz, por el amor, en medio de las más hostiles circunstancias. Eso sí es una elección personal. Lo otro, impuesto, pierde peso ante esta gran verdad.

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