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Arroz contado, leche pendiente y gas a cuentagotas

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Por Redacción Nacional

Santiago de Cuba.- Las autoridades de Santiago de Cuba anunciaron con solemnidad la entrega de un paquete sellado de un kilo de arroz por consumidor. Este es correspondiente a los meses de mayo y junio. Una libra mensual, racionada como si fuera un lujo, es lo que toca a cada ciudadano. Esto ocurre en la isla que alguna vez alardeó de ser potencia agrícola.

Para los mayores de 65 años y las mujeres embarazadas, el “premio” adicional consiste en una lata de sardinas. Este es un gesto que más que resolver necesidades, retrata la magnitud del desabastecimiento. También muestra la incapacidad de un régimen que sigue repartiendo miseria como si fuera victoria.

El Programa Mundial de Alimentos, organismo internacional, aparece donde el Estado ha claudicado. Los llamados “asistenciados” reciben dos kilos de arroz, un kilo de chícharos y un litro de aceite. Esa ayuda externa, limitada y de emergencia, se presenta como respaldo del gobierno. Sin embargo, no es otra cosa que la evidencia de su fracaso. Un país con tierras fértiles, recursos naturales y una población históricamente trabajadora hoy depende de donativos internacionales. Esto es para que sus niños y sus gestantes no caigan en la desnutrición.

No pueden sostener un pueblo

La leche para los más pequeños sigue siendo un drama aparte. La Empresa Láctea apenas ha podido distribuir 20 días del producto para los niños de cero a un año. Mientras tanto, los de dos a seis continúan a la espera. La promesa de entrega “en los próximos días” se repite como un mantra que nunca se cumple. Miles de familias deben improvisar sustitutos para alimentar a sus hijos. La dictadura, incapaz de garantizar siquiera la leche, se refugia en discursos triunfalistas que contrastan con la precariedad cotidiana de su población más vulnerable.

La distribución del gas licuado se anuncia con la misma pompa de un acontecimiento histórico. Desde el 15 de agosto comenzaron a entregarse cilindros en puntos autorizados, bajo un esquema burocrático que retrasa aún más un servicio esencial. Apenas 6 500 cilindros para toda la ciudad, con un mínimo de 164 por punto, y siempre priorizando aquellos barrios catalogados de “mayor complejidad sociopolítica”. El gas, como la comida, como la electricidad, se reparte con criterios políticos, no ciudadanos.

La organización del reparto exige mensajeros acreditados, aplicaciones de turno y un sinfín de trámites. Esto hace más pesado un acceso ya limitado. Mientras tanto, el discurso oficial insiste en que el orden está garantizado y que el pueblo “resiste”. Pero lo que en realidad se observa es una población sometida a colas infinitas, a la lotería de aplicaciones digitales y a la resignación de recibir lo mínimo indispensable. En cada paquete de arroz, en cada lata de sardina y en cada cilindro de gas, lo que se reparte no es solo escasez. Se reparte la evidencia de un sistema incapaz de sostener la vida de su pueblo.

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