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Por Redacción Deportiva
Buenos Aires.- La vuelta de los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente y la Universidad de Chile comenzó con lo esperado: intensidad futbolística, hinchas apasionados y expectativas propias de una serie continental.
El duelo, disputado este miércoles en Avellaneda, arrancó parejo y se fue al descanso con un empate 1-1 que mantenía abierta la llave. Lo que parecía encaminarse hacia un segundo tiempo cargado de dramatismo deportivo terminó convertido en un bochorno internacional. El fútbol quedó sepultado bajo una oleada de violencia. Esta dejó heridos, destrozos y un papelón que la Conmebol no tardó en tomar en sus manos.
La chispa estalló en la tribuna sur alta, donde hinchas de la U de Chile desataron el caos. No fue una simple gresca: arrancaron butacas, rompieron baños, encendieron fuego y hasta usaron un cuarto de limpieza como arsenal improvisado. Arrojaron objetos contra los sectores de Independiente. Lo que volaba no eran aplausos, eran piedras, botellas y pedazos de madera. La violencia, más que un acto de furia, fue un desborde planificado. Esto convirtió un estadio de fútbol en una zona de guerra.
El inicio del segundo tiempo se volvió insostenible. Tras varias advertencias por altoparlante y el intento de la policía por desalojar a la parcialidad visitante, el partido se reanudó apenas unos segundos. La imagen fue desoladora: hinchas heridos ingresando al campo, corridas en las gradas y los capitanes reunidos con el jefe de seguridad. Buscaban una salida imposible. Afuera, la tensión no bajó. Hubo detonaciones, enfrentamientos con la policía y agresiones a hinchas chilenos por parte de facciones rivales del propio Independiente. El caos se multiplicaba dentro y fuera del estadio.
Ante semejante escenario, la Conmebol decidió lo inevitable: suspender definitivamente el encuentro. Universidad de Chile confirmó la medida en sus redes sociales, informando que la clasificación se definiría en el escritorio disciplinario. Así, un partido que debía resolverse en la cancha terminó en los pasillos de un tribunal deportivo. El golpe no fue solo deportivo; fue institucional, un mensaje de que el fútbol sudamericano sigue siendo rehén de sus propias miserias.
Lo ocurrido en Avellaneda es más que un incidente aislado: es una radiografía de cómo la pasión, cuando se convierte en violencia, destruye todo lo que toca. Un espectáculo internacional quedó reducido a imágenes de terror. Niños expuestos a la barbarie y jugadores impotentes frente al desastre. El deporte perdió, las instituciones quedaron en entredicho y la hinchada de la U de Chile cargará con el estigma de haber convertido un duelo de octavos en una mancha imborrable. El fútbol, otra vez, terminó derrotado fuera del césped.