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Imagina esto: llegas a casa en pleno invierno. Afuera, la nieve cae como si quisiera cubrir el mundo. Te quitas los zapatos, y un calor invisible te envuelve, sube por tus pies, se cuela en tus manos, te devuelve la vida.
¿Sabías que ese consuelo quizá se lo debas a una mujer negra de la que nunca te hablaron en la escuela?
Ni Edison. Ni Ford. Alice H. Parker.
1919: Estados Unidos. En la nieve. Sin derecho al voto. Sin derechos plenos. Solo la pureza de una mente brillante. Antes de ella, la gente se apiñaba alrededor de una sola chimenea, quemando leña como si en ello les fuera la existencia. Un único fuego para toda la casa… como querer encender un mundo entero con una vela.
Alice lo vio y pensó: “¿Y si el calor pudiera moverse?”
Diseñó un sistema de calefacción central que usaba gas natural y lo distribuía por conductos, permitiendo calentar distintas zonas de la casa… mucho antes de que los termostatos fueran siquiera un concepto.
Ese plano, creado sin laboratorio prestigioso, sin inversores, sin fama, se convirtió en la semilla de la calefacción moderna. Lo inventó en una nación que, bajo las leyes de Jim Crow, le negaba dignidad, pero no pudo negarle visión.
Así que, la próxima vez que alguien diga que “las mujeres negras no han construido nada”,
diles que apaguen la calefacción este invierno… y esperen.
El frío, como la verdad, cala rápido.
Alice H. Parker no solo ideó un sistema. Ella se convirtió en el calor.