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Por Max Astudillo ()
La Habana.- No es el USS Gerald R. Ford lo que debería quitar el sueño a Nicolás Maduro, sino lo que representa: el fin de la paciencia. El despliegue de buques de guerra estadounidenses en el Caribe Sur —destructores, fragatas y hasta ese coloso flotante— no es solo un ejercicio de disuasión, es un mensaje en código Morse para el régimen venezolano: el tiempo de las advertencias se acabó.
Maduro, acostumbrado a esconderse detrás de retóricas antiimperialistas y alianzas con Moscú y La Habana, ahora tiene un problema que no puede resolver con discursos. Porque un portaviones no negocia. Un portaviones no se sienta en mesas de diálogo. Un portaviones, cuando llega, suele ser el prólogo de algo más contundente.
Marco Rubio, secretario de Estado y antiguo azote del chavismo, ha sido claro: «No podemos seguir tratando a estos regímenes como simples gobiernos problemáticos. Son amenazas a la seguridad nacional» .
Sus palabras no son casuales. Cuando Rubio habla de «acelerar la salida de Maduro», no se refiere a sanciones económicas ni a declaraciones de prensa. Se refiere a una estrategia de estrangulamiento total, donde cada movimiento militar es una pieza más en el tablero.
El problema para Maduro es que, a diferencia de años anteriores, ya no tiene a Rusia enviando bombarderos Tu-160 como gesto de apoyo. Muy pocos gobernantes se atreverían a apostar por el inquilino del Palacio de Miraflores.
Cuba, por supuesto, observa con el rabillo del ojo. La Habana sabe que si Caracas cae, su línea de vida se corta. Sin el petróleo venezolano subsidiado, aunque cada vez menos, y sin el flujo de dinero que el chavismo le ha inyectado durante años, la dictadura cubana quedaría al borde del colapso.
Y esta vez, ni siquiera Raúl Castro puede ofrecerle un salvavidas a Maduro. Porque lo que se avecina no es una crisis diplomática, sino una tormenta perfecta: militares venezolanos descontentos, una población hambrienta y ahora, buques de guerra estadounidenses apostados a pocas millas de sus costas.
¿Marcará esto el fin del chavismo? Es posible, pero no inmediato. El régimen venezolano ha demostrado una capacidad enfermiza para sobrevivir, incluso cuando todo indica que debería derrumbarse. Sin embargo, hay un detalle que Maduro no puede ignorar: la marina estadounidense no está ahí solo para interceptar narcóticos.
Está ahí porque, por primera vez en años, Washington parece dispuesto a pasar de las palabras a los hechos. Y cuando eso ocurre, los dictadores suelen terminar como Noriega en Panamá: escondidos en una embajada, esperando un avión que los lleve a prisión.
Lo más irónico de todo es que el chavismo, que tanto habló de soberanía y resistencia, ahora depende de la presión que pueda ejercer Moscú para no dejarlo caer. Porque La Habana, hablando en plata cubana, no cuenta en esta historia. Raúl Castro, o su hijo o su nieto, serían capaces de acoger a Maduro. Pero no para darle refugio, sino para entregarlo a cambio de los 50 millones de dólares prometidos por Washington.
Por el momento, si el portaviones avanza, lo más probable es que los generales venezolanos —esos mismos que hoy juran lealtad a Maduro— empiecen a buscar salidas. Porque nadie quiere morir por un régimen que ni siquiera puede pagarles.
Al final, la pregunta no es si Maduro caerá, sino cuándo. Y cuando eso ocurra, Cuba se quedará sola, mirando al horizonte, preguntándose quién llenará el vacío que dejó su último aliado. Porque en el Caribe, como en la vida, hay una regla no escrita: cuando el portaviones aparece en el horizonte, es porque alguien está a punto de dejar de ser problema.