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Un tonto con raqueta

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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién.- A veces no soporto los tontos, solo a veces. Vaya…no todos los tontos me molestan. Todo depende del punto del universo donde estén ubicados.

Me molesta el tonto que logra molestarme con su tontería. El resto no. Y es que hay tontería asintomática. De esas en que miras al tonto y ni se le nota. A mano alzada no se le nota. Luego ya te acercas y tiene un raqueta de tenis de mesa con la que te devuelve la pelotica envuelta en bobería. Hay pelotas que no te molestan y tú, la dejas pasar o se la devuelves con tu raqueta.

También están los que tienen tanta sonsera en la bola, que de verlos con la raqueta en la mano te da genio. Esos son los tontos asintomáticos con los que quisieras usar nasobuco o, mejor aún, aquellas máscaras antigas soviéticas que no sabías como ponerlas en la cabeza y luego había que operar para sacarlas.

Dos tipos de tontos

Existen dos subdivisiones de tontos. Están los tontos homosapiens y los tontos heteroboniatos. Los primeros son anormales también pero a la larga, un día cualquiera, si acaso…van a entenderte. Los segundos son tan anormales que un tubérculo gris le llena el moropo. Ahí no vive nadie en esa chola. Nunca entiende, ni aprende, ni falta que le hace. Es esta subdivisión la que te dispara el cortisol y la presión y el ritmo cardíaco y los niveles de insulina.

Si para colmo dependes de un heteroboniato para gestionar una necesidad, para tomar una decisión o para mejorar tu vida, ahí tienes todas las condiciones creadas para convertirte en un monstruo despiadado, un Hannibal Lecter caribeño, una zombi echando espuma por la boca.

Quiero abrazar a todos, comprenderlos, ser paciente como un monje budista y educado como otro monje budista, colaborador y hasta el Padrino de todos, pero no puedo. Me piden que les tenga paciencia. Tal parece que se volvieron tontos por mi culpa, que se me cayó de los brazos en su infancia, que les dí en la cabeza con un cucharón. Soy inocente y tengo mis derecho, carajo.

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