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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Uno de los elementos más graves y sintomáticos del problema económico cubano (para llamarle de una manera suuuuper liviana) viene rodando desde hace muchos años.
Igual que las fuerzas productivas más conectadas a la creación de riquezas (campesinos, herreros, carpinteros…), los profesionales (e incluso los poseedores de oficios) fueron quedando relegados en cuanto al poder adquisitivo.
Si bien la fuerza profesional fue inflada, las metas de un médico cada 120, un maestro por 30 estudiantes y un ingeniero cada no se qué no son propias de un país agrícola del tercer mundo. Estas metas cumplieron un papel propagandístico. Además, desvirtuaron prioridades de desarrollo. Nos metieron, como otras tantas cosas, en una deuda gigantesca. No es menos cierto que se necesita un cierto volumen de profesionales.
Pero llegó el momento en que (unido a una masividad que iba en detrimento de la calidad de esos profesionales) era más negocio ser barman o dependiente o botero. Era más rentable que sacrificar años de vida en estudiar una carrera.
La deformación de la pirámide (yo no hablaría de inversión precisamente) del poder adquisitivo, no sólo desalentó a los jóvenes sino que desmoralizó a los padres. Profesionales o no, pretendían que sus hijos llegaran al final de esos estudios. Desde que empezó ese fenómeno y hasta nuestros días, se hace imposible demostrar que el estudio es negocio.
Y esta es causa de muchísimos males. Entre los cuales brilla que nuestros jóvenes, en edades mucho más tempranas que el preuniversitario, no vean algo necesario en el estudio. Esta es solo una arista de la preparación académica y cultural de nuestra juventud. De ahí todo lo demás que con todo ímpetu, anda a pululu.