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Por Datos Históricos
La Habana.- Arunima Sinha era una joven atleta india. Jugó voleibol a nivel nacional y soñaba con unirse a las fuerzas armadas. A los 23 años, su camino estaba claro: servir a su país y hacer sentir orgullo a su familia.
En 2011, viajaba sola en tren para presentar un examen. Un grupo de hombres subió al vagón y comenzó a robar a los pasajeros. Le exigieron dinero y el collar que llevaba. Se negó. La empujaron del tren en marcha.
Cayó a las vías. Un segundo tren le pasó por encima, cercenándole la pierna izquierda. Pasó la noche en el suelo, herida y sangrando, intentando no perder el conocimiento. Al amanecer, fue rescatada. Su estado era crítico. En el hospital, le amputaron la pierna. Llegaron las infecciones, el dolor y la depresión. Incluso hubo quien dudó de su historia.
En esa cama, tomó una decisión: aquello no sería el final. Sería el principio. Mientras se recuperaba, leyó sobre Edmund Hillary y Tenzing Norgay, los primeros en escalar el Everest. Decidió que ella también lo haría. Con una sola pierna.
Buscó a Bachendri Pal, la primera mujer india en llegar al Everest, y pidió su entrenamiento. Comenzó desde cero: pequeñas colinas, luego cimas cada vez más altas. Caídas, golpes, frío. Nada la detuvo.
En abril de 2013 inició su ascenso al Everest. Cada paso era una lucha contra el hielo, la altura y el recuerdo de aquella noche. El 21 de mayo alcanzó la cima. Izó la bandera india y un cartel en memoria de su madre. Ese día, India la vio como una conquistadora.
No se detuvo. Escaló las cumbres más altas de los siete continentes, convirtiéndose en la primera mujer amputada en lograrlo. Fundó una organización para ayudar a mujeres víctimas de violencia y quemaduras. Llevó su historia a escuelas y pueblos, inspirando a otros a no rendirse.
“No quiero que me recuerden por lo que perdí, sino por lo que hice con lo que me quedó”.