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Por Datos Históricos
La Habana.- A principios del siglo XIX, la cirugía era una carrera contra el tiempo. Sin anestesia, cada segundo prolongado en la mesa aumentaba el riesgo de muerte. En este escenario destacó Robert Liston, apodado el “cirujano más rápido del West End”, capaz de amputar una pierna en menos de dos minutos y medio.
Su fama atraía multitudes. Alto, vestido con bata verde botella y botas de agua, saltaba sobre las tablas manchadas de sangre como un duelista. “¡Cronomérenme, caballeros!”, gritaba a los estudiantes que lo observaban desde las galerías, relojes de bolsillo en mano. El destello de su cuchillo y el crujido de la sierra parecían llegar al mismo tiempo. Para liberar las manos, incluso sostenía la hoja ensangrentada entre los dientes.
La velocidad, sin embargo, cobraba su precio. Alguna vez cortó partes sanas o, en un caso documentado, provocó una castración accidental. Pero fue su intervención más célebre la que pasó a la historia: amputó una pierna en tiempo récord, pero el paciente murió por gangrena hospitalaria; su joven ayudante perdió los dedos y también falleció por la infección; y un espectador, creyendo que el cuchillo le había abierto el abdomen, murió de un shock fulminante. Tres muertes en una sola operación: un 300% de mortalidad.
Pese a ello, Liston no era un sádico. Su brutalidad era hija de la compasión: buscaba acortar el sufrimiento insoportable de sus pacientes. Fue de los primeros en adoptar la anestesia cuando apareció y diseñó innovadoras herramientas quirúrgicas, incluido el famoso cuchillo Liston.
Aun así, la historia lo recuerda más por aquella letal anécdota que por sus avances médicos.