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Por Luis Alberto Ramirez ()
El régimen de La Habana ha dado, sin pretenderlo, una de las mayores pruebas de que su sistema económico socialista no funciona. Esto se evidencia en la dolarización parcial y forzosa de la economía.
Por décadas, la moneda de su archienemigo, el dólar estadounidense, fue demonizada, penalizada y hasta tratada como si fuera una droga. Tenerla podía costar cárcel, multas o el señalamiento social. Sin embargo, la realidad terminó por imponerse: sin divisas no hay país.
La necesidad de obtener dólares ha pasado por encima de cualquier discurso ideológico. Desde 2019, con la implementación de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC), el gobierno ha abierto un canal exclusivo para quienes posean acceso a divisas extranjeras.
Allí se venden alimentos, productos de aseo, electrodomésticos y hasta piezas para automóviles, mientras las tiendas que operan en pesos cubanos languidecen con estantes vacíos.
El efecto inmediato ha sido la ampliación brutal de la brecha social. Aquellos que tienen dólares, aunque vivan modestamente, pueden cubrir sus necesidades. En cambio, los que dependen únicamente de salarios estatales en pesos, se han convertido en parias económicos. Esta segmentación ha pulverizado el viejo discurso de igualdad socialista. Ha instalado, en la práctica, una sociedad de dos velocidades: la de los que acceden a divisas y la de los que sobreviven en la pobreza.
Como hubo de decir el primer ministro Marrero “que nadie se quede atrás”. Pues bien, parece que se ha quedao atrás la mayoría, cada persona que no tiene acceso a los dólares.
Sin embargo, la Habana insiste en mantener un modelo de control absoluto. Esto sucede incluso a costa del bienestar de su población. El acceso a productos básicos se ha convertido en un privilegio vinculado a remesas o al mercado negro. Mientras tanto, los precios internos se disparan. El peso cubano se devalúa sin freno, sumiendo a los más vulnerables en un círculo vicioso de carestía y desesperanza.
La contradicción es tan evidente que ya no se necesita un economista para comprenderla: un sistema que durante seis décadas dijo defender a los pobres ahora los multiplica. La dolarización, disfrazada de medida temporal, se ha convertido en una admisión tácita de que el socialismo cubano no puede sostenerse sin la moneda que siempre condenó.
El régimen de Cuba parece dispuesto a hundir la Isla en el mar con tal de mantenerse a flote. Aunque sea sobre una balsa, la gran mayoría de sus ciudadanos se ahogan en la pobreza.