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Por Luis Alberto Ramírez ()
La reciente decisión del gobierno de Estados Unidos de aumentar a 50 millones de dólares la recompensa por información que conduzca a la captura de Nicolás Maduro puede sonar rimbombante, pero en el fondo tiene más de gesto simbólico que de verdadera política eficaz. Es la cifra más alta jamás ofrecida por un líder latinoamericano, pero también es, irónicamente, la más inútil.
Durante la primera administración de Donald Trump, el Departamento de Justicia puso sobre la mesa 15 millones de dólares por la cabeza del dictador venezolano, acusado formalmente de narcotráfico y terrorismo.
La administración Biden elevó esa cifra a 25 millones, y ahora, en el segundo mandato de Trump, trae como arrastre la duplicación de la oferta: 50 millones de dólares por Maduro. Sin embargo, hay una pregunta incómoda que nadie en Washington parece querer responder:
¿Quién en el entorno de Maduro lo va a traicionar si para ellos vale mucho más que eso?
Maduro no es un dictador aislado como algún Gadafi caribeño. Es la cara visible y operativa del Cartel de los Soles, una red criminal profundamente infiltrada en la estructura del Estado venezolano, especialmente en el alto mando militar.
Figuras como Vladimir Padrino López, Diosdado Cabello, y otros tantos generales y funcionarios corruptos no solo dependen de Maduro: son él.
Para ese círculo de poder, Maduro no vale 50 millones. Vale su libertad, su riqueza, su impunidad y su vida. Traicionarlo no sería simplemente delatar a un jefe. Sería suicidarse.
Por eso, la recompensa suena más a teatro político que a plan estratégico. Esto no es lo mismo que rescatar a unos refugiados encerrados en una embajada, como los de Argentina en Caracas. Estamos hablando de derribar una red criminal con tentáculos en todos los estamentos del Estado venezolano y vínculos regionales y globales.
Cuando Hugo «el Pollo» Carvajal, exjefe de inteligencia militar chavista, fue extraditado a Estados Unidos y se declaró culpable de narcotráfico y colaboración con el terrorismo, se abrió una ventana de información sin precedentes. Carvajal no era un personaje menor. Era el arquitecto de muchos de los esquemas de tráfico y represión del régimen. Su confesión confirmó lo que se sabía, pero con pruebas: Maduro es el jefe de un cartel disfrazado de gobierno.
Esto convierte al chavismo no solo en un problema de derechos humanos, sino en una amenaza directa para la seguridad nacional y regional. Venezuela es hoy un narcoestado funcional en el corazón de América Latina.
Y entonces, la pregunta clave: ¿Por qué no lo sacan a patadas por el trasero del Palacio de Miraflores?
¿Por qué seguir simulando que no se sabe dónde está? ¿O por qué ofrecer millones por información que no hace falta, cuando Maduro aparece todos los días por televisión, da discursos, viaja, y posa para fotos oficiales?
La respuesta puede ser más incómoda que la pregunta: Porque sacarlo implica consecuencias internacionales, intervención directa, y una voluntad política que aún no existe. Porque el equilibrio geopolítico (con Rusia, China, Irán y Cuba observando) no se puede romper tan fácilmente.
Porque, a fin de cuentas, quizás haya sectores que prefieren mantener al dictador controlado desde afuera que enfrentarse al vacío que dejaría su caída.
La recompensa de 50 millones de dólares por Maduro es más una bandera diplomática que una medida operativa. No hay valor real en ofrecer dinero por un dictador que no se esconde. Lo que se necesitan no es información, es decisión. Y esa, por ahora, sigue tan perdida como la democracia en Venezuela y la libertad de Cuba.