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Por Luis Alberto Ramírez ()

Para responder a esta pregunta, hay que ir al origen mismo del conflicto entre Estados Unidos y el régimen cubano. No se trata de simple capricho político ni de una obstinación ideológica. Esto es como suele presentarse en los medios oficialistas de la Isla. El embargo comercial tiene raíces históricas, legales y económicas. Estas raíces siguen vigentes desde que Fidel Castro asumió el poder en 1959. Él decidió intervenir la totalidad de las industrias privadas en Cuba.

Y no se trató solo de nacionalizar empresas estadounidenses. También se expropiaron decenas de grandes industrias que estaban en manos de empresarios cubanos. Dichas industrias incluían centrales azucareros, fábricas de conservas, envasadoras de jugos y refrescos. También se expropiaron compañías de seguros, bufetes jurídicos y bancos. Además, se apropió de toda una infraestructura que había hecho de Cuba una de las economías más pujantes de América Latina en la década de 1950.

Frente a este panorama, el gobierno de Estados Unidos no se cruzó de brazos. A los empresarios norteamericanos afectados, Washington les pagó el valor de sus bienes expropiados. Entonces, la deuda quedó entre el Estado cubano y el gobierno estadounidense. Es decir, no fue el pueblo cubano quien quedó con la deuda, sino el régimen que decidió apropiarse por la fuerza de industrias y propiedades que no le pertenecían.

¿Por qué Washington no levanta el embargo?

Esto explica por qué muchos de los cubanos que emigraron en los primeros años del castrismo no llegaron a Estados Unidos a cortar tomates en los campos. Muchos empresarios y magnates continuaron sus actividades económicas en suelo norteamericano. Esto fue gracias a la generosidad y visión del gobierno estadounidense.

Como me dijo una vez un amigo arbolista: “Los cubanos trajeron los árboles, y los pájaros hicieron el resto”. Es decir, sembraron la semilla de su prosperidad y con el tiempo, la comunidad floreció.

Ahora, volvamos a la pregunta: ¿por qué Estados Unidos no levanta las sanciones? La respuesta es clara: porque existe una deuda pendiente. Con el paso del tiempo, esta deuda ha crecido con intereses y ningún gobierno serio puede simplemente olvidar.

Esa deuda es, además de económica, un instrumento político y legal. Por ello, es una carta poderosa que Estados Unidos conserva para negociar, incluso el día que el régimen cubano colapse y llegue finalmente la democracia a la Isla.

Las sanciones no son un capricho

Aunque es cierto que el embargo ha sido flexibilizado en múltiples ocasiones y se han aplicado figuras ejecutivas para aliviar las sanciones, el levantamiento total de las sanciones sigue siendo inviable sin una solución al tema de la deuda.

Por eso, la Habana tiene que pagar al contado. Nada de créditos para acumular más deudas. Por eso, a los empresarios agrícolas de Estados Unidos no se les permite darle productos a crédito al régimen. Porque, al no pagar La Habana, entonces Washington tiene que pagar. No se trata solo de comercio o relaciones diplomáticas: también es una cuestión de principios legales, de respeto a la propiedad privada y de justicia histórica.

Por eso, mientras el régimen de La Habana continúe sin reconocer ni saldar esa deuda colosal, las sanciones no se levantarán por completo. Estados Unidos no condonará una deuda de esta magnitud a un sistema que, además, sigue sin respetar los derechos humanos ni ofrecer garantías democráticas. Y aunque el embargo se burle por terceros países o se filtre por la rendija del oportunismo político, la deuda sigue ahí. Sigue como una espada de Damocles suspendida sobre el castrismo y sobre cualquier transición futura en Cuba.

Las sanciones no son un capricho. Son el resultado de una larga historia de expropiaciones, deudas impagas y lecciones que aún no han sido aprendidas por quienes gobiernan en La Habana. Y mientras eso no cambie, la llave del embargo seguirá en un cofre escondido en Washington.

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