
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Luis Alberto Ramírez ()
La noticia de que Rafael Pérez Insua, exdirector del canal Cubavisión, el medio televisivo más importante de la Isla, ha emigrado a los Estados Unidos tras cruzar la frontera sur usando la aplicación CBP One, no debería sorprender a nadie. Sin embargo, lo hace. Sorprende por el grado de cinismo que representa, no solo por parte de este individuo, sino por el sistema del que formó parte durante décadas.
Pérez Insua no era un cuadro cualquiera. Su puesto requería fidelidad total al régimen, alineación ideológica estricta y un historial de obediencia sin titubeos. No diriges Cubavisión, el canal de propaganda oficial, si no eres comunista “de los buenos”. De esos que firman con sangre cada línea del guion oficial.
Fue él quien expulsó en 2020 al humorista Andy Vázquez del programa Vivir del cuento. Este programa era uno de los pocos espacios en la televisión cubana que tocaba con humor los absurdos del sistema. En su momento, la medida fue interpretada como un acto de represión política. Había que silenciar cualquier voz que desentonara.
Y sin embargo, hoy lo tenemos viviendo bajo las libertades que negó a otros, en el corazón del “imperio” que tanto contribuyó a vilipendiar. ¿Cómo es posible que alguien tan comprometido con el aparato represivo del castrismo haya pasado los filtros migratorios? La respuesta es más preocupante de lo que parece. Cada vez más altos funcionarios del régimen cubano están cruzando la frontera sur de EE.UU. y estableciéndose dentro de la comunidad cubanoamericana.
¿Estamos frente a una simple contradicción personal o ante una estrategia más amplia y perversa? Desde los primeros años del castrismo, la exportación de cuadros y agentes fue una táctica recurrente. Enviar «revolucionarios silenciosos» al extranjero ha sido una manera de infiltrar comunidades, sembrar división, desestabilizar el exilio, y vigilar a los opositores. En este contexto, no se puede descartar que la emigración de personas como Pérez Insua sea parte de una invasión blanda. Puede ser una infiltración planificada con décadas de experiencia.
Muchos cubanos exiliados han alertado durante años sobre este fenómeno, pero la tolerancia, el olvido o incluso la ingenuidad han abierto la puerta a estos camaleones políticos. Viven del sistema mientras les sirve. Cuando empieza a resquebrajarse, saltan del barco en llamas vestidos de víctimas. No tienen reparos en instalarse en Miami o Tampa y presentarse como “emigrados más”. Aunque hayan dedicado su carrera a reprimir, censurar o encubrir al régimen que hizo de Cuba un país inviable.
Que no nos engañen: no todo el que llega de Cuba es un opositor. Muchos son los que hoy gozan de derechos que negaron con fervor mientras estuvieron del otro lado. Y peor aún: algunos siguen actuando como portavoces del castrismo, disfrazados de ciudadanos comunes, las redes son testigos de lo que digo.
El caso de Rafael Pérez Insua debería servirnos como advertencia. No basta con dejar atrás la Isla; también hay que dejar atrás el servilismo al sistema. Es necesario zafarse ese grillete de las patas. De lo contrario, la diáspora cubana corre el riesgo de ser minada desde dentro (si es que ya no lo está) por aquellos que, bajo la máscara del arrepentimiento, traen consigo el virus de la dictadura.