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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- David Alaba y Antonio Rüdiger ya no son el futuro del Real Madrid, pero tampoco son exactamente su presente. Son dos fantasmas con contrato, dos torres que se tambalean entre lesiones y rumores, mientras el club mira de reojo a William Saliba y a Ibrahima Konaté, como si fueran dos salvaciones en un catálogo de verano.
Alaba, el austríaco que llegó como líder y ahora es un inquilino de la enfermería, tiene un salario que pesa más que sus minutos en el campo. Rüdiger, el alemán que jugó medio año con antiinflamatorios en la sangre, es un héroe cansado, de esos que ya no inspiran epopeyas, sino compasión.
Si se van, será un alivio económico y un drama deportivo. Porque el Madrid no tiene sustitutos listos —Militao vuelve de una lesión brutal, Asencio es un experimento y Tchouaméni sigue siendo un parche—, y perder a ambos sería como desmantelar un puente antes de construir otro.
Sin embargo, si se quedan, el enredo será peor: dos titulares carísimos, con cuerpos que ya no responden, ocupando espacio en un vestuario que Xabi Alonso quiere rejuvenecer. Alaba, con su rodilla de cristal, y Rüdiger, con su rodilla vendada, serían como esos muebles viejos que nadie se atreve a tirar.
Lo más triste es que nadie los quiere. Alaba no recibe ofertas porque su historial médico asusta más que su sueldo. A Rüdiger, pese a su entrega, solo le susurran equipos saudíes, pero él insiste en quedarse, como un niño que no acepta que la fiesta terminó.
El Madrid, que siempre despide a sus leyendas con alfombra roja, ahora tiene que lidiar con dos jugadores a los que no sabe cómo decirles adiós. Florentino Pérez, que firmó a ambos gratis, ahora descubre que lo barato sale caro.
Mientras, el vestuario murmura. Los jóvenes miran a Alaba y Rüdiger con respeto, pero también con impaciencia. Saben que su tiempo se acaba, que son obstáculos en su camino. Y el club, que siempre presume de planificación, ahora improvisa: espera que uno se lesione para justificar su salida, o que el otro renuncie a su sueldo por dignidad.
Eso sí, los futbolistas no son tontos. Alaba y Rüdiger tienen contratos, y los contratos, en el Madrid, son como armaduras: pesan, pero protegen. Y el club los cumple.
Queda la opción más cruel: que se queden y nadie los llame. Que jueguen diez partidos al año, que sean sombras en el banquillo, que su presencia sea un recordatorio de que el fútbol no tiene piedad. O que, de pronto, resurjan como Carvajal, como Modric, como esos viejos lobos que siempre encuentran una última bala.
Pero ni Alaba ni Rüdiger parecen tener esa suerte. Su historia en el Madrid ya no es una epopeya, sino un epílogo lento, incómodo, lleno de silencios y miradas esquivas.
Este martes, el diario AS escribió que el club no planea renovarlos. Es la noticia más esperada y la más triste. Porque todos saben lo que viene: un año de despedidas sin lágrimas, de homenajes sin público, de jugadores que se aferran a un club que ya no los abraza.
Alaba y Rüdiger no son leyendas, pero tampoco son nadie. Son solo dos hombres que esperan, con las maletas medio hechas, a que alguien les diga cuándo salir por la puerta de atrás.