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El teatro de Canel en el Cotorro y Habana del Este

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Mientras en Rusia se alza la copa del vodka y en Brasil se muelen discursos entre samba y saudade, Miguel Díaz-Canel regresa de sus giras como si trajera pan bajo el brazo. En vez de pan, lo que reparte son recorridos planificados, micrófonos abiertos y sonrisas impostadas. Esta vez, el escenario fue El Cotorro y Habana del Este, donde hasta la corriente eléctrica tuvo que ser habilitada por un rato para sostener la función.

Y es que no hay nada más patético que este tipo de visitas «de campo», en las que el presidente cubano, enfundado en su guayabera blanca de importación, posa entre ruinas, promete desde el polvo y habla como si tuviera cómo resolver lo que ni siquiera intenta comprender. Las fábricas están muertas, dicen los que viven allí. La industria es ineficiente, el atraso tecnológico es evidente, y las únicas luces que se prenden son las de la escenografía. Porque esto no es gobernar, esto es teatro.

La ciudadanía, cada vez más harta de tanta coreografía política, no se lo traga. “¿Qué resuelve este tipo de recorridos?” preguntan en redes sociales donde aún se puede. “¿Para qué hay un primer ministro si usted tiene que andar haciendo el trabajo del mister Marrero?”, le increpa un cubano sin rodeos. Y es que detrás de cada parada de Canel hay un desgaste innecesario de recursos, de tiempo y de dignidad.

La ausencia de Roberto Morales Ojeda, el eterno “acompañante” de Canel, no pasó desapercibida. Como tampoco la sospechosa rapidez con la que el régimen aprobó el cambio constitucional que permite alargar el mandato presidencial más allá de los 61 años. Algunos ya anticipan el próximo capítulo del guion: derogar el límite de dos periodos para perpetuar a Díaz-Canel en el trono de un país en ruinas. “Lo dejarán hasta que logre llevar al país a 1492”, ironiza un usuario. Y no le falta razón. El retroceso es tan brutal que uno no sabe si vive en 2025 o en la era de los taínos.

No engañan a nadie

Mientras la gente no tiene luz, ni comida, ni medicamentos, el presidente sigue con su show itinerante. La tragedia es que muchos todavía confunden movimiento con acción, auqnue los cubanos ya aprendieron que el castrismo se mueve mucho para no llegar a ninguna parte. Recorre, saluda, promete. No gobierna.

Y así, entre giras internacionales y teatrillos locales, la dictadura se sostiene a base de trampas visuales, como esas lámparas que se encienden solo cuando va el jefe. El país, ese que respira a duras penas en apagones de 20 horas y alimenta a sus niños con picadillo de cáscara, no se engaña más.

Hay que decirlo sin medias tintas: estos recorridos no sirven de nada. Son puro humo. Canel no visita para solucionar, sino para posar. No escucha, solo actúa. El problema de Cuba no es la falta de presencia presidencial en los municipios. Es la presencia permanente de un sistema que solo sabe mentir, controlar y fingir que gobierna.

Y mientras la escenografía aguanta, los actores siguen fingiendo. Pero el público ya no aplaude. Porque el pueblo cubano, aunque el régimen lo crea dormido, ya se cansó de ser espectador de su propia miseria.

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