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Por Orestes Rodríguez Alba ()

Ciudad de Panamá.- En recientes declaraciones, la ministra de Trabajo y Seguridad Social de Cuba afirmó con total aplomo que “en Cuba no hay pobres, no hay indigentes, no hay mendigos”.

Lo dijo ante las cámaras, sin titubeos, como si aún habitara la burbuja propagandística de los años 80.

Mientras tanto, en cada rincón del país, desde Pinar del Rio hasta Maisí, la pobreza golpea con fuerza creciente, desmintiendo con hechos cada palabra oficial.

Esta no es una simple diferencia de opiniones: es una agresión simbólica a millones de cubanos que sobreviven entre el hambre, la inflación y la desesperanza.

Es una negación irresponsable y peligrosa, que sólo puede sostenerse desde un aparato burocrático alejado de la calle, del agro, del transporte público, de la cola del pollo y el pan.

En cualquier país con una economía funcional, un médico, un profesor o un ingeniero puede al menos garantizar tres comidas diarias, en Cuba, no.

Un huevo cuesta entre 80 y 120 pesos cubanos en el mercado informal, mientras el salario promedio estatal apenas supera los 4 000 CUP al mes, lo que equivale, en el mejor de los casos, a 0,70 USD diarios al tipo de cambio real. Muy por debajo del umbral de pobreza extrema establecido por el Banco Mundial: 2,15 USD al día ajustado por paridad de poder adquisitivo.

En otras palabras, un médico cubano no puede permitirse un huevo diario. ¿Y esa persona no es pobre vestida de blanco?

La devaluación del peso

Desde la fracasada Tarea Ordenamiento, la moneda nacional ha perdido más del 90% de su valor real. El dólar, que en 2020 se cambiaba a 24 CUP, hoy supera los 300 CUP en el mercado informal. Mientras tanto, los productos básicos se han vuelto inalcanzables. Algunos ejemplos:

Producto Precio del 2020 y el 2024

Huevo (unidad) de 2 CUP a 100 CUP +4900%

Arroz (1 kg) de 15 CUP a 150 CUP +900%

Pollo (1 kg) de 40 CUP a 800-1000 CUP +2000%

Como los salarios estatales siguen virtualmente congelados, a esto se le denomina Pobreza ilustrada, el drama de los profesionales.

En Cuba, tener un título universitario no garantiza poder comer. Abundan los casos de doctores que emigran, de maestros que renuncian, de ingenieros que venden ajo en las aceras para sobrevivir.

Es el rostro cubano de la pobreza ilustrada, una tragedia que se profundiza porque el Estado monopoliza la economía e impide a los ciudadanos emprender de manera formal o informal por las propias trabas estatales que no le permiten hacerlo libremente y con transparencia fiscal o informal pero sin miedo a la represalia.

Era un tabú comerciar con divisas, importar alimentos o producir con autonomía, incluso, desde el país más pobre (supuestamente) del hemisferio occidental (Haití), pero es la realidad de muchos profesionales de alta calificación académica en Cuba.

Pobreza estructural

La ministra afirma que “no hay mendigos”, pero los vemos en La Habana, en Santiago, en Guantánamo. Son los ancianos que piden comida o dinero en las calles, o recogen sobras en los comedores obreros. Algunos han trabajado 40 años para el mismo Estado que hoy les da la espalda.

Pobreza estructural con disfraz Ideológico, no son vagos disfrazados de mendigos, algunos de ellos como educadores, fueron verdaderas fábricas de profesionales con la arcilla del pueblo, como diría José Martí.

La negación oficial no es ignorancia: es estrategia, admitir la pobreza sería admitir el fracaso de un modelo que se vendió como el más justo del continente. Por eso, en lugar de estadísticas reales, el gobierno cubano insiste en indicadores fantasmas y eufemismos.

Pero la realidad no se puede maquillar eternamente. Cuba vive una crisis humanitaria silenciosa, no provocada por desastres naturales ni por guerra, campos agrícolas minados, bandas beligerantes, ni oposición política, sino por la obstinación de un sistema que castiga al trabajador, desalienta la producción, bloquea la iniciativa privada y politiza la pobreza.

Desde la crítica social, no podemos quedarnos callados ante semejante desprecio institucional. El hambre es real. La pobreza es visible. Y lo más indignante, es evitable.

No hay excusa ni embargo que justifique que un país con tierra fértil, gente culta y profesionales brillantes no pueda garantizar un plato de comida digno.

Mucho menos que un funcionario tenga el cinismo de negar esa realidad frente a un pueblo que lleva años desangrándose en colas, apagones y migración forzada.

La pobreza existe. Y tiene nombres, rostros y voces. Lo que no existe es la vergüenza de quienes la niegan.

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