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Banalización de Trump sobre lista de Epstein podría exonerar a su principal cómplice

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Por Carlos Carballido ()

Si yo fuera asesor de Donald Trump le recomendaría dejar de argumentar sobre la inexistencia de la lista de Epstein porque más allá del descontento de su base, está dando pie a un giro inesperado de este caso.

Pocos advierten que esta banalización pública de la evidencia podría convertirse en una herramienta jurídica clave para la defensa de Ghislaine Maxwell, su excolaboradora y socia íntima de Epstein, hoy condenada por tráfico sexual de menores.

La familia Maxwell acaba de presentar un recurso legal en la Corte Suprema de EE.UU., alegando que el Gobierno violó un acuerdo de no enjuiciamiento firmado con Epstein en 2007.

En dicho pacto —anómalo incluso para los estándares estadounidenses— se prometía no procesar ni a Epstein ni a sus “co-conspiradores”. ¿Quiénes eran esos cómplices? No se dijo. El acuerdo fue cerrado a espaldas de las víctimas, lo que fue considerado ilegal en 2019, pero sus efectos siguen pesando en el proceso actual.

Maxwell ahora sostiene que ese pacto le garantiza inmunidad total, y en su ofensiva legal cuenta con un inesperado respaldo indirecto: las palabras de Donald Trump.

Trump ayuda a Maxwell

Cuando Trump niega que exista tal “lista”, lo hace supuestamente para desvincularse de acusaciones o rumores. Pero al reducir la lista a una ficción, está reforzando —de forma voluntaria o no— la tesis legal de Maxwell:

“Si el Gobierno nunca nombró cómplices oficialmente, entonces no existen judicialmente, y no hay base legal para nuevos juicios o condenas.”

En otras palabras, Trump está ayudando a sostener el núcleo del argumento técnico con el que Maxwell podría salir libre: que todo lo que no fue formalmente incluido en el pacto de 2007 es humo mediático.

El problema es que este “humo” incluye testimonios, registros de vuelos, agendas de visitas, correos electrónicos y múltiples evidencias documentadas que apuntan a una red de poderosos que, hasta ahora, han gozado de una extraña inmunidad política y mediática.

Algunos podrán argumentar que Trump simplemente habla sin medir consecuencias. Otros, que lo hace para mantener la narrativa de “caza de brujas” contra él.

Pero cabe una tercera hipótesis más inquietante: que esté protegiendo indirectamente a personas cercanas, incluso a sí mismo, bloqueando con su relato cualquier intento del aparato judicial o del Congreso de reactivar la investigación con nombres y apellidos.

Si el Tribunal Supremo acepta el recurso de habeas corpus de Maxwell basándose en el pacto de 2007, el caso Epstein podría cerrarse definitivamente sin nuevos procesados. La narrativa sería la siguiente:

“Se firmó un acuerdo. No hay lista oficial. Todo lo demás es especulación sin validez legal.”

Es decir, la banalización mediática se transforma en coartada legal, y el olvido se impone sobre la verdad. Y eso, precisamente, es lo que el establishment buscó desde el principio: enterrar la bomba sin que explote.

Trump tiene razón en algo: no hay lista pública y oficial. Pero que no haya sido publicada, no significa que no exista. Negarla como ficción es conveniente para quienes podrían aparecer en ella. Y hoy, esa negación no es solo un acto político. Es un gesto con consecuencias legales directas.

Si Ghislaine Maxwell logra su libertad gracias a este vacío legal y discursivo, la historia recordará que fue la negación de la verdad, más que la verdad misma, lo que protegió a los culpables.

Y en esa negación, Trump juega un rol central y no es una buena manera que lo recuerden en el futuro. Habrá que ver que dirá la justicia ante este nuevo reclamo.

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