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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- Lamine Yamal cumplió 18 años y decidió celebrarlo como un sultán del siglo XV: con mujeres elegidas en castings por su talla de sujetador, enanos como bufones de corte y un hermetismo que habría envidiado el KGB.
La finca de Olivella, cerca de Sitges, se convirtió en el escenario de una fiesta donde el dinero borró cualquier rastro de decencia. Las tarjetas de gastos de 20.000 euros para las «chicas de imagen» (eufemismo moderno para un mercado de carne viejo como la prostitución) y los performers con acondroplasia contratados como animación dibujan un retrato escalofriante: el de un niño mimado por el fútbol que confunde la mayoría de edad con una licencia para la humillación ajena.
Claudia Calvo, una de las modelos contactadas, destapó el mecanismo: buscaban a siete mujeres entre 18 y 25 años, con prohibición de llevar móviles o saber la ubicación hasta el último momento.
Las elegidas volarían en jet privado como mercancía de lujo, con instrucciones claras: ser decoración viviente. El paralelismo con los burdeles de alto standing es inevitable, aunque aquí el proxeneta lleve la etiqueta de «manager de relaciones públicas».
Lo grave no es que Yamal organice esto, sino que nadie en su entorno —ni el Barça, ni su familia— le haya dicho: «Lamine, esto no se hace».
La Asociación de Personas con Acondroplasia (ADEE) anunció acciones legales tras confirmarse que se contrató a individuos con enanismo como parte del espectáculo. Carolina Puente, presidenta de ADEE, lo resumió con crudeza: «Su dignidad no es entretenimiento».
El detalle más grotesco: mientras España prohibía en 2023 los espectáculos taurinos con enanos por vejatorios, el nuevo 10 del Barça los resucitó en su jardín privado. La justificación de «son artistas bien pagados» huele a coartada: en la Edad Media también les llamaban «bufones de la corte» y les daban alojamiento.
Por otra parte, el coste de la cadena de diamantes regalada por El Alfa (300.000 libras) equivale a 15 años del salario mínimo en España. La ironía: Yamal, que creció en el humilde Rocafonda, ahora reproduce los excesos que criticaría en otros.
El problema no es el derroche —eso es su dinero—, sino la normalización de prácticas que deberían avergonzar a cualquier sociedad. Si un político o empresario hubiera organizado esto, estaría dimitiendo -a no ser que sea el indimitible de Pedro Sánchez-. Pero el fútbol sigue siendo ese reino donde la impunidad viste de dorado.
Ni el Barça ni Yamal han condenado los hechos. Tampoco sus compañeros, esos que llenan las redes con mensajes de «contra el racismo». El doble rasero es evidente: lo que en un estadio sería penalizado como discriminación, en una fiesta privada se llama «animación».
Y así, mientras ADEE prepara demandas, el futbolista sigue entrenando como si nada. Su único castigo será, quizás, perder algún patrocinador. El verdadero daño ya está hecho: miles de niños que lo admiran aprendieron que los ídolos pueden comprar personas como si fueran globos de cumpleaños.
Yamal tiene talento para driblar defensas, pero no para esquivar responsabilidades. Ahora es legalmente adulto, y eso implica pagar facturas más graves que las de un catering. Si esta fiesta fue su declaración de independencia, el mensaje es claro: el fútbol sigue siendo ese lugar donde un cheque en blanco puede comprarlo todo… excepto la decencia.
Ojalá algún día entienda que la mayoría de edad no se mide por los ceros en la cuenta bancaria, sino por el respeto a quienes no pueden pagar abogados para defenderse de sus «fiestas».