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Por Marc Taylor ()
Londres.- Iga Sviatek no juega al tenis, lo practica como una forma de exterminio elegante. Hoy, en la final femenina de Wimbledon, no le dio a Amanda Anisimova ni el consuelo de un juego. Dos sets, doble 6-0. Cincuenta y dos minutos de tortura con etiqueta de All England Club.
Anisimova, que llegó ahí como quien sube a un ring sin saber que le espera Mike Tyson en su prime, se quedó mirando las pelotas pasar como si fueran balas. No hubo batalla, no hubo drama, solo una ejecución en hierba, con público incómodo y comentaristas buscando eufemismos para no decir «masacre».
Esto no es normal, aunque en Wimbledon ya ha pasado antes. La última vez que una final femenina terminó con un doble bagel fue en 1983, cuando Martina Navratilova despellejó a Andrea Jaeger (6-0, 6-0) como quien le quita un caramelo a un niño. En Grand Slams, la cosa es igual de rara: Steffi Graf hizo lo mismo con Natalia Zvereva en Roland Garros (32 minutos, récord de vergüenza rápida), y Margaret Court le regaló la misma humillación a Darlene Hard en el US Open de 1961.
Sin embargo, que ocurra en Wimbledon, con su pompa, sus fresas y sus tradiciones, es como ver a alguien prender un cigarrillo en una catedral.
Anisimova, que tiene golpes de sobra para molestar a cualquiera, hoy pareció una espectadora con raqueta. Cada vez que Sviatek abría la boca para gritar (ese sonido entre sirena y águila que hace cuando siente sangre), la estadounidense se encogía como si le hubieran echado sal en una herida.
No hubo estrategia que valiera, no hubo segundo plan. Solo el implacable metrónomo de Sviatek: derecha cruzada, revés liftado, drop shot como puñalada. La polaca no perdona, no regala puntos, no tiene piedad. Es la aspiradora humana del tenis.
¿Qué se siente al ganar así? Sviatek, en la conferencia de prensa, dijo algo sobre «respeto» y «tener suerte a veces». Mentira piadosa. Esto no fue suerte, fue un ajuste de cuentas con la física. Anisimova, entre lágrimas, balbuceó: «No sé qué pasó». Todos lo sabemos: te tocó la versión Terminator de Iga, la que no falla, la que convierte cada punto en un calvario. Hay derrotas que duelen y derrotas que te borran del mapa. Hoy, Anisimova no perdió un partido: fue borrada de la memoria del torneo en menos tiempo del que tarda un almuerzo en el Club.
Wimbledon, que presume de ser el templo del tenis, hoy fue testigo de un sacrificio ritual. No hubo emoción, no hubo suspense, solo el sonido de una raqueta destrozando a otra persona sin necesidad de alzar la voz.
Sviatek ya tiene su trofeo, su cheque y su lugar en el libro de los récords. Anisimova se llevará la factura del psicólogo. Y el tenis femenino, otra prueba de que cuando Iga está así, el resto son figurantes en su película de terror.