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Por Eduardo Díaz Delgado ()
Hace 4 años, casi de noche, recibí una llamada de un compañero de trabajo (no voy a decir el nombre para no herir). Me dijo que tenía que estar el 12 de julio a las 6:30 en el parque de 23 y J. Íbamos en guagua para Regla a defender la revolución.
Yo apenas sabía lo que estaba pasando. Sabía que había manifestaciones y estaba molesto, porque a alguien le pareció buena idea que no pudiéramos enterarnos de qué pasaba. La información era escasa. Demasiado.
Y este personaje, en mi época en que más creía en el gobierno y la revolución, con lo poco que me iba entrando de lo que sucedía —que además me parecía una mierda—. Le dije que yo no me iba a fajar con alguien que no conocía por alguien que tampoco conocía.
Le dije que no iba a darle palos a nadie por ejercer su derecho de querer que se termine la revolución y hacer algo al respecto. No sé si fue una epifanía de sensatez, pero ante su respuesta de «es una orientación del centro de trabajo», me terminé negando con más fuerza. Le dije: «Descuéntame el día si te parece, pero yo no me presto para eso».
Hoy me siento con una gran satisfacción de no haber sido parte del brazo cochino manchado de sangre. Ese brazo reprimió a gente que solo quiso sentirse libre.
No hay grandeza en esta historia, pero sí tuve, desde mi modesto pedacito, la satisfacción de decir que no.
Y ojo, no pensaba como pienso hoy. Pero ese 11 de julio de 2021 se rompió algo en mucha gente. En mí empezó a derrumbarse algo que terminó cayendo del todo meses después.
Ese día empecé a cambiar, gracias a un enorme grupo de cubanos que se atrevió a empezar a cambiar la historia. Muchas gracias a todos esos valientes.