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En Cuba, pedir libertad es terrorismo

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Por Luis Alberto Ramirez ()

El régimen cubano ha dado un nuevo paso en su estrategia de criminalizar toda forma de disidencia. Han actualizado su lista interna de ciudadanos considerados “terroristas” o “patrocinadores del terrorismo”.

En este listado no figuran quienes atentan contra la vida humana, ni quienes financian redes armadas ilegales. Aparecen ciudadanos comunes, periodistas independientes, familiares de presos políticos, disidentes pacíficos y hasta simples usuarios de redes sociales que exigen respeto a los derechos fundamentales del pueblo cubano.

Para el régimen, expresar una opinión contraria en redes sociales o apoyar económicamente a quien informa la verdad dentro de la Isla es un acto de terrorismo.

Este nuevo listado, divulgado por el Ministerio del Interior, añade incluso a cubanos acusados de introducir armamento al país. Esto, sin mostrar evidencia pública de tal acusación. No hay debido proceso, no hay defensa, no hay presunción de inocencia. Bastan las sospechas del poder para manchar con el estigma de «terrorista» a cualquier ciudadano incómodo.

Durante la presentación de este nuevo catálogo de supuestos enemigos internos, los voceros oficiales no perdieron la oportunidad de culpar a Estados Unidos. La falta de “cooperación” en materia de lucha antiterrorista fue mencionada.

La viceministra de Relaciones Exteriores, Josefina Vidal, apuntó directamente al Departamento de Estado. De forma inusual, también acusó al Secretario de Estado, Marco Rubio, de silenciar los canales bilaterales de diálogo.

En otras palabras, el régimen se victimiza: culpa a Washington por las consecuencias de sus propias acciones represivas.

El castrismo y el miedo como arma de poder

Sin embargo, este reclamo no es más que una táctica política hipócrita. Se considera un intento desesperado por lograr que se les retire de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Esto es irónico porque han brindado refugio a miembros de grupos armados como la guerrilla del ELN. Además, han ofrecido entrenamiento a radicales extranjeros, y han mantenido nexos oscuros con regímenes autoritarios.

¿Acaso no es terrorismo acoger a quienes han asesinado, secuestrado o traficado bajo banderas ideológicas?

Resulta irónico, por no decir grotesco, que una dictadura nacida a través de métodos violentos sea hoy la que reparta certificados de terrorismo. En el pasado, secuestró aviones, quemó cañaverales y colocó bombas en lugares públicos. Justificó el terror como herramienta revolucionaria. Hoy acusa de terrorismo a ciudadanos que claman por justicia, libertad y democracia.

El Movimiento 26 de Julio, origen del castrismo, fue pionero del terrorismo político moderno en América Latina. Fidel Castro y su grupo no solo hicieron del sabotaje una estrategia habitual, sino que convirtieron el miedo en arma de poder.

Hoy, el mismo aparato que usó la violencia para alcanzar el control acusa de terrorismo a quienes luchan pacíficamente. Esto ocurre en un país sumido en la represión, la miseria y la censura.

¿Quién es el verdadero terrorista?

Entonces, ¿quién es el verdadero terrorista? ¿El joven que publica en sus redes sociales “Patria y Vida” o el régimen que persigue, encarcela y destierra a quienes lo critican? ¿La madre que grita por justicia para su hijo preso o el Estado que tortura física y psicológicamente a los que piensan distinto?

Lo que está claro es que en Cuba, bajo el lenguaje manipulado del poder, las palabras han sido vaciadas de significado. La defensa de los derechos humanos se convierte en “terrorismo”, y la represión más brutal se disfraza de “soberanía nacional”.

El cinismo de este juego político no tiene límites. Y mientras el régimen exige a Estados Unidos que le borre su historial, sigue alimentando el miedo, el silencio y la persecución. En esta historia, los verdaderos terroristas no son quienes exigen libertad, sino quienes hacen del terror una forma de gobierno.

Yo no le tiro una escupía a una mosca, no soy socialista, ni soy castrista y tampoco comunista, pero si por decir la verdad, por escribir lo que pienso soy terrorista, que me pongan en la lista.

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