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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Alfredo Zayas y Alfonso (1861-1934) fue una figura singular en la historia cubana. Era abogado, poeta y el cuarto presidente de la República (1921-1925). Su mandato se desenvolvió entre crisis económicas, reformas sociales y la sombra del intervencionismo estadounidense.
Nacido en La Habana en una familia aristocrática con raíces en la industria azucarera, Zayas abandonó el «de» nobiliario de su apellido como gesto independentista. Esto ocurrió durante su participación en la guerra contra España (1895-1898), donde fue deportado a Madrid y escribió poemas como Al Caer la Nieve en prisión.
Su trayectoria política fue extensa: desde fiscal y alcalde interino de La Habana hasta vicepresidente con José Miguel Gómez (1909-1913).
En 1920, tras una elección marcada por acusaciones de fraude y la llamada Guerrita de la Chambelona —un alzamiento liberal sofocado con apoyo encubierto de EE.UU.—, Zayas asumió la presidencia. Heredó un país en bancarrota, con deudas de $40 millones y el precio del azúcar colapsado a 3 centavos por libra 25.
A pesar de esto, negoció un préstamo de $50 millones con J.P. Morgan. Además, recuperó la soberanía cubana sobre la Isla de Pinos (1925) mediante el Tratado Hay-Quesada. También promovió el voto femenino, aunque este último no se concretaría hasta décadas después.
Zayas destacó por su tolerancia a la prensa crítica —inusual en la época—. Se ganó el apodo de El Chino por su paciencia estoica. Sin embargo, su gobierno no escapó de acusaciones de corrupción, como el escándalo de la compra del Convento de Santa Clara, que desató la Protesta de los Trece liderada por intelectuales como Rubén Martínez Villena.
Aun así, historiadores reconocen que su administración fue menos represiva que las de sus predecesores y sucesores. Esto incluyó al dictador Gerardo Machado, quien lo relevó en 1925.
Tras su presidencia, Zayas se dedicó a la literatura. Publicó obras como la Lexicografía Antillana y presidió la Academia de la Historia de Cuba hasta su muerte en 1934.
Su legado, eclipsado por la narrativa revolucionaria posterior, refleja las contradicciones de una Cuba neocolonial. Él fue un intelectual reformista atrapado entre el nacionalismo y la dependencia de Washington.