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Por Max Astudillo ()
La Habana.- El Granma, donde trabajó por años mi tío, insiste en pintar a las FAR y al MININT como herederas puras del Ejército Rebelde. Sin embargo, hoy son más conocidas por sus generales con barrigas de whisky habanero y cuentas en Panamá que por sus hazañas revolucionarias.
Mientras el pueblo hace cola para medio kilo de pollo rancio, los altos mandos compran en tiendas en MLC con pesos cubanos. Este es un truco de magia que ni David Copperfield se atrevería a intentar. Además, sus hijos estudian en universidades de Europa.
La única «guerra» que libran ahora es contra el inventario de ron añejo en sus despachos.
Las FAR tienen 225.000 efectivos, pero solo una docena vive como aristocracia verde olivo. El soldado raso duerme en barracones con goteras y come arroz con gusanos. Mientras tanto, los López Miera y compañía se fotografían en yates prestados por empresarios «sociolistos».
El servicio militar obligatorio —ese secuestro legalizado de dos años— es la fábrica de carne de cañón para desfiles. Sin embargo, los hijos de la nomenklatura se libran con «problemas familiares» o sobornos.
El régimen alardea de su ayuda a Angola, pero calla que los generales usaron esas misiones para traficar diamantes y colocar familiares en embajadas.
Mientras Cuba exportaba médicos, las FAR exportaban contrabando: desde marfil hasta armas soviéticas recicladas. Hoy, los únicos «internacionalistas» son los coroneles que esconden dólares en cuentas de Namibia.
Sí, en 1961 repelieron una invasión. Pero en 2025, su mayor logro es convertir el MININT en un cartel. Desde cobrar peajes a cuentapropistas hasta vender plazas en universidades a hijos de narcos.
Los mismos que juraron defender al pueblo ahora administran su miseria. Controlan el 60% de la economía a través de GAESA, una corporación más opaca que el Politburó chino.
El Granma repite lo de las conspiraciones desarticuladas como si fuera un episodio de *24*. No menciona que el mayor peligro para los cubanos hoy son los tenientes que les roban la luz con medidores trucados. Tampoco menciona a los capitanes que monopolizan la gasolina.
El único «terrorismo» que combaten es el de quien osa denunciarlos. En 2024, hubo más periodistas independientes detenidos por el MININT que «agentes de la CIA» capturados.
Critican a EE.UU. por sus bases militares, pero las FAR tienen su propia versión. Se trata de resorts en Varadero donde los coroneles «analizan estrategias» entre mojitos y prostitutas. Su única «doctrina» es el sálvese quien pueda: mientras Díaz-Canel habla de austeridad, los generales importan SUVs blindados con fondos reservados.
Ya no persiguen a «mercenarios», sino a madres que protestan por falta de medicinas. Su «batalla heroica» es apalear ancianos en colas o infiltrarse en grupos de WhatsApp. Y cuando pillan a sus propios coroneles robando —como en Ciego de Ávila—, los juicios son pantomimas para limpiar la imagen.
Si las FAR realmente protegieran a Cuba, no habrían convertido la Isla en un feudo familiar. Raúl Castro sigue decidiendo desde la sombra, su hija Mariela monopoliza negocios LGBT-friendly, y los Espinosa Martín controlan el turismo como si fuera un cortijo. La única «invasión» que temen es la de auditorías internacionales.
Las FAR y el MININT no son víctimas de Marco Rubio. Son cómplices de un sistema que canoniza a sus muertos mientras vampiriza a sus vivos. El día que Cuba sea libre, sus cuarteles deberían convertirse en museos de la vergüenza. Aquí yacen los que cambiaron el «¡Patria o Muerte!» por «¡Langosta o renuncia!».