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Por Max Astudillo ()

La Habana.- A dos días del aniversario del 11J, el gobierno cubano parece un borracho tratando de caminar en línea recta: hace piruetas ridículas para que no se note el pánico. De repente, «regalan» una libra de pollo por persona —algo que en cualquier otro país sería un chiste malo, pero aquí es noticia de primera plana— y milagrosamente dejan de cortar la corriente en barrios enteros por las noches.

No es que hayan solucionado la crisis energética; es que les tiemblan las piernas ante la idea de que la oscuridad vuelva a ser el telón de fondo de otro «¡Patria y Vida!».

El cuento de que «el país está en guerra» —siempre contra un enemigo invisible, nunca contra su propia incompetencia— es el chicle que siguen masticando para justificar la miseria. Pero hasta los más fanáticos saben que esa excusa huele a podrido.

Cambian ministros y dirigentes como calzoncillos (ahora le tocó a la CTC y a unos cuantos burócratas del Partido), pero es puro teatro: los mismos perros con distintos collares. Lo único que no cambia es el menú: represión para el desayuno, hambre para el almuerzo y apagones de propaganda para la cena.

Todo es cálculo político

Lo del pollo es de traca. Una libra. Una. Ni siquiera un animal entero, sino migajas congeladas que parecen más un insulto que un gesto. Pero es que en Cuba hasta la caridad es un performance: la misma libra que desaparecerá en dos días, mientras las tiendas en MLC venden muslos a precio de caviar. Y no se confundan: no es solidaridad, es miedo. Miedo a que la gente recuerde que en 2021 salió a la calle no por «injerencia extranjera», sino porque ya no aguantaba morirse de hambre en silencio.

Lo de la electricidad es aún más patético. Durante años, los apagones fueron la norma, pero ahora, casualmente, en julio hay «mejoría». ¿Magia? No: cálculo político. Saben que un barrio a oscuras es un polvorín, y el 11J les enseñó que los polvorines explotan.

Así que enchufan los generadores aunque no haya combustible, porque prefieren derrochar lo poco que les queda a enfrentar otra revuelta. La dictadura no teme a la oposición organizada —esa la tienen bien controlada con cárcel o exilio—, pero le aterra el hartazgo espontáneo de una cola por pollo.

El mismo guion predecible

Y mientras, la máquina represiva no para. Decenas de presos del 11J siguen en cárceles infestadas de ratas, condenados a décadas por el crimen de cantar en público. Los «nuevos dirigentes» del Partido son los mismos de siempre, pero con más retórica y menos soluciones. El propio Díaz-Canel lo admitió sin querer: «2025 será un año de mayores desafíos» . Traducción: «Prepárense para más miseria, pero por favor, no protesten».

El guion es tan predecible como deprimente. Primero, el miedo disfrazado de generosidad (el pollo). Luego, el circo de los cambios cosméticos (los cargos rotados). Y al final, el garrote: el Decreto-Ley 35 listo para censurar cualquier «llamado al desorden» en redes sociales. Pero hay un detalle que no calculan: el 11J ya no es una fecha, es un símbolo. Y los símbolos no se borran con migajas de carne ni con discursos de «unidad revolucionaria».

La dictadura puede poner más policías en las esquinas, puede cortar el internet o repartir pan duro como si fuera maná. Pero no puede esconder lo obvio: cada vez que evitan un apagón o «regalan» comida, están admitiendo que el fantasma del 11J los persigue. Y lo peor —para ellos— es que tienen razón. Porque en Cuba, hoy, el miedo ya no es monopolio del pueblo. También lo sufren los que mandan.

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