
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por P. Alberto Reyes ()
Evangelio: Lucas 10, 1-12. 17-20
Camagüey.- Existe un tipo de aprendizaje que se denomina aprendizaje por observación, y se refiere a todo lo que aprendemos mirando lo que otros hacen.
Pero aprender así no siempre es posible. Desde abrocharse los cordones de los zapatos hasta tocar guitarra, por poner algún ejemplo, hay cosas a las que sólo se llega a través de una experiencia personal, a través de un esfuerzo vivido en primera persona.
Es este el caso de lo que podemos llamar el amor riesgoso. El modo de vida que brota del Evangelio de Jesucristo coloca ya a la persona en una actitud de disponibilidad permanente para el bien, pero no se queda ahí sino que invita a hacer el bien al que lo necesita aún en los casos en los que eso implica no sólo un sacrificio sino un riesgo: el riesgo de ofrecernos, de sacrificarnos incluso sin la mínima certeza de que seremos entendidos y, mucho menos, recompensados; el riesgo de entregar a otros nuestro tiempo precioso sin saber si va a valer la pena; el riesgo de dar no de lo que nos sobra, sino de lo que nosotros mismos podemos estar necesitando.
En el Evangelio de hoy Jesús manda a 72 discípulos a una experiencia de amor riesgoso. Los manda como testigos del Reino, del bien, de la paz, sin saber si van a ser escuchados o no, comprendidos o incomprendidos, acogidos o rechazados.
Pero, ¿qué sucede cuando una persona elije una vida así?, ¿qué sucede cuando alguien se niega a calcular el amor y asume como modo de vida la disponibilidad permanente para el bien?
Lo primero que sucede es que, más allá de las reacciones ajenas, experimenta paz, alegría, armonía. El espíritu se serena. Y lo segundo es que se empieza a tener la experiencia de que Dios bendice una vida así, de que Dios compensa, provee, retribuye.
Esto no significa que la cruz va a desaparecer de la vida, porque la cruz es parte de la vida, de toda vida. El mismo Jesús advierte a los 72 que pueden ser rechazados pero, incluso en ese caso, Jesús les pide que no dejen de decir que de todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Pero esta paz, esta armonía, esta experiencia de un Dios que provee, de un Dios que está más cercano a nosotros mismos de lo que nosotros somos capaces de imaginar, esta experiencia que nace de asumir el amor riesgoso, NO PUEDE APRENDERSE POR OBSERVACIÓN.
Esta experiencia sólo es posible en primera persona. Por mucho que otros nos den su testimonio, no los creeremos, no nos confiaremos, hasta que hayamos roto las barreras de nuestra propia inseguridad y nos hayamos arriesgado a entrar en una vida de entrega y disponibilidad capaz de llegar, como diría Madre Teresa de Calcuta, a amar hasta que duela.