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En los años 50, la ciencia avanzaba a pasos agigantados, pero también lo hacía el silencio hacia las mujeres que la impulsaban.
Rosalind Franklin, brillante química británica, dedicaba sus días al estudio del ADN, la molécula que guarda la información de la vida. Trabajaba en el King’s College de Londres junto a Maurice Wilkins, pero no como iguales. Él era el “investigador principal”. Ella, la mujer brillante que no merecía crédito… según la época.
Franklin dominaba una técnica revolucionaria: difracción de rayos X. Gracias a ella captó una imagen que cambiaría la historia: la famosa “Fotografía 51”, donde la estructura del ADN comenzaba a revelarse.
Pero el mundo no lo sabría por ella.
Wilkins compartió esa imagen en secreto con dos científicos: James Watson y Francis Crick, quienes competían en descifrar la estructura del ADN. A partir de esa imagen, propusieron el modelo de la doble hélice. En 1953, publicaron su hallazgo… y Rosalind Franklin no fue mencionada.
Habían usado su trabajo sin permiso. Y se llevaron el Nobel.
Rosalind, ajena a la traición, siguió investigando. Murió joven, a los 37 años, por un cáncer probablemente causado por la exposición a radiación en sus experimentos.
Décadas después, su contribución fue reconocida. Pero la historia ya estaba escrita.
Hoy, su nombre es símbolo de todas esas científicas cuyas voces fueron ignoradas, cuyos logros fueron robados y cuya luz sigue brillando, pese al olvido.
Porque la ciencia también tiene memoria. Y Rosalind Franklin ya no será silenciada. (Tomado de Datos Históricos)