
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Joel Fonte
La Habana.- Un partido político no es ni puede ser un negocio privado o familiar. Tampoco es un medio para lucrar, para enriquecerse, para acceder al poder y sostenerse en él con fines mezquinos, individualistas. Además, no puede ser un instrumento de represión contra toda la parte de la sociedad que le es contestataria, opositora.
Un partido político no puede criminalizar esa oposición a él, ni convertir en ley su ideología imponiéndosela a toda la nación.
Menos aún, puede erigirse por encima del conjunto de las instituciones del Estado. No puede colocar a su líder en un individuo que está por encima de la ley.
Ello no solo es totalitarismo, no solo es tiranía, dictadura, sino que constituye un gravísimo crimen.
Y todo eso, y mucho más, lo hizo el castrismo desde su llegada al Poder.
Demolió con prontitud toda la institucionalidad democrática de la República. Impuso la dictadura de un partido único, que poco a poco derivó en un objeto decorativo, en un florero. Su única función terminó siendo ejecutar la voluntad de los hermanos Castro, y garantizarla por todos los medios necesarios, en primer orden a través de la represión más abierta y brutal.
Así, contrario a lo que ha impuesto la retorcida voluntad de estos déspotas, un partido político es una organización que se crea con un fin público. Tiene el objetivo de alcanzar y ejercer el poder político y aplicar luego un programa de medidas de gobierno. Pero, en el contexto de una sociedad democrática, ese partido no puede transgredir ciertas reglas fijadas por tal institucionalidad. Tiene que velar y garantizar la pluralidad política, el multipartidismo.
Asimismo, debe asegurar la alternancia regular del Poder a través de elecciones libres, generales, directas, supervisadas. Además, debe garantizar el funcionamiento independiente de las instituciones del Estado, de los poderes constitucionales, evitando la concentración de ese Poder en unos en menoscabo de los otros.
También debe garantizar el respeto a los derechos individuales de los ciudadanos del país, dentro o fuera de él. En especial, el respeto a la propiedad privada, los derechos de reunión, de manifestación, el derecho a la huelga, a la libre sindicalización.
En suma: un Partido político debe ejercitar el poder en interés de los gobernados, no de una élite en la que se puede terminar constituyendo a través de la cúpula que lo controla. Esto ha ocurrido en Cuba.
El partido en el poder tiene que transparentar su gestión a la totalidad de la sociedad, porque ya no gobierna sobre sus miembros. Ahora lo hace para toda la nación, y tiene que dar fe de resultados concretos.
Si no lo hace, ahí está esa institucionalidad para echarlo del Poder: leyes revocatorias, partidos de oposición, prensa libre que exige cuentas, que desnuda su corrupción.
Pero el PCC, ese partido de bolsillo del heredero de Fidel Castro, no tiene más paradigma que uno. Ese es mantener alegre a Raúl Castro; reverenciar su egolatría.
Y si existen dudas, aquí estamos los cubanos para dar fe de ello.