
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Yoelbis Albelo ()
Matanzas.- Matanzas está al borde. No del progreso, claro, sino del estallido. La provincia que lleva años aguantando los apagones más largos de Cuba —30; 35 horas, como si fueran maratones de oscuridad— ya no soporta ni un minuto más.
Y menos aguanta a sus gobernantes, esos señores que viven en otra realidad, con plantas eléctricas, internet full y carros de lujo mientras el pueblo se pudre en la miseria. A la gobernadora le llovieron las piedras hace unas noches, y no eran de las que trae el río San Juan. Eran de las que gritan: «¡Basta!».
La gente no protesta porque sí. Protesta porque no hay luz, ni agua, ni comida que no se pudra en la nevera que no enfría. Protesta porque Matanzas carga con el 25% del déficit energético nacional, como si fuera una mula obligada a arrastrar el lujo de Varadero y los caprichos de La Habana.
Protesta porque los dirigentes provinciales son una colección de borrachos, corruptos y vividores que tienen más negocios con extranjeros que soluciones para su gente. El primer secretario, Mario, el enano que casi lo matan a golpes el 11J, sigue ahí, repartiendo libritas de azúcar como si fuera un chiste, mientras la zafra es un desastre y la gente se pregunta cómo es posible que un país que fue potencia azucarera hoy mendigue dulce.
Lo más irónico no es que Matanzas esté en la ruina. Lo peor es que sus gobernantes tienen más salas de monitoreo de redes sociales que hospitales funcionando. Hay una en Milanés y Ayllón, otra en Jovellanos, otra en Capricho, otra frente al Coppelia…
Parece que lo único que les preocupa es vigilar quién se queja, no arreglar por qué se quejan. Tienen internet 24 horas para espiar, pero no para que un estudiante investigue. Tienen combustible para sus generadores, pero no para que una ambulancia arranque. Tienen tiempo para torturar —como le pasó al pobre Félix, que terminó en la bahía—, pero no para gobernar.
Y mientras, la gente se las arregla como puede. Sin luz, sin transporte, con calles que parecen campos de batalla y edificios que se caen a pedazos. Matanzas es un decorado de lo que fue, una postal de abandono con olor a podrido. Pero sus dirigentes no ven nada. O no quieren ver. Viven en su burbuja de privilegios, tan alejados de la realidad que ni siquiera les alcanza el miedo para reaccionar. Solo cuando les tiran piedras a la casa encienden la luz… toda la noche, como si con 12 horas de corriente pudieran borrar años de desastre.
Se acerca el 11 de julio y les tiemblan las piernas. Saben que la gente no olvida. Saben que Mario, el enano golpeado en el Parque de la Libertad, es el símbolo de su fracaso. Saben que cada apagón, cada libra de azúcar que no llega, cada cuerpo que aparece en la bahía, es otra razón para que Matanzas explote. Y esta vez, quizás, no basten ni las piedras para callarlos.