Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Jugar por Cuba en el Clásico de béisbol o no: esa es la cuestión

Comparte esta noticia

Por Fernando Clavero ()

La Habana.- Aroldis Chapman, el hombre que lanzaba balas a 105 millas por hora, podría volver a vestir la franela de Cuba en el Clásico Mundial. Pero no lo hará. «No bajo esas condiciones», dijo hace años, escupiendo el guión que otros sí siguen. Porque aquí no hablamos de béisbol, sino de política disfrazada de deporte.

La Federación Cubana (FCB) exige lealtad a un sistema que, mientras tanto, tacha de «traidores» a los que se fueron —como si escapar de la miseria fuese un crimen— y luego, cínicamente, les pide que vuelvan «por la patria» , al Team Asere.

Jorge Soler, el jonronero de los Angels, también dijo no. Y no es difícil adivinar por qué: en Cuba lo llamarían «desertor», pero en Miami es un profesional que cobra lo que vale. La FCB, esa máquina de nostalgia tóxica, quiere que los peloteros olviden cómo los trató: salarios de hambre, instalaciones derruidas y la prohibición de soñar con las Grandes Ligas hasta que alguien se escapa por la noche.

Mientras, los directivos —los mismos que no ponen pelotas ni bates en las academias— se rasgan las vestiduras cuando un Yordan Álvarez prefiere no representar «al equipo de los que me negaron el derecho a ser libre» .

Pero hay quienes dicen . Como Andy Pagés, el jardinero de los Dodgers, que aceptó jugar en el último Clásico. «Mi padre me lo pidió», justificó. Un argumento tierno, si no fuera porque detrás hay un chantaje emocional: la FCB usa a las familias como rehenes morales. «Juega por Cuba o eres un vendido», susurran al oído. Y así convierten el bate en un arma arrojadiza: si juegas, legitimas a un sistema podrido; si no, te acusan de «olvidar tus raíces» .

Prohibido olvidar

La raíz del problema es vieja: en 1962, Fidel Castro abolió el béisbol profesional y lo convirtió en propaganda. Los jugadores dejaron de ser atletas para ser «soldados de la Revolución». Pero cuando el Estado ya no pudo darles ni aspirinas para el dolor —literalmente, como denunció el exestelar Antonio Pacheco—, los peloteros empezaron a huir.

René Arocha fue el primero en 1991. «No me fui para jugar béisbol, me fui para decidir mi vida», dijo. Y desde entonces, la FCB los trata como apestados… hasta que necesita sus swings para salvar la cara en el Clásico.

Ahora, con el WBC 2026 en el horizonte, la hipocresía llega al clímax: la FCB «perdona» a los «desertores» que le interesan (como Víctor Labrada, recién ascendido en los Mariners) pero sigue vetando a decenas por «romper contratos» —léase: buscar comida.

Mientras, en la isla, los estadios se caen a pedazos y los niños entrenan con palos de cualquier madera. Pero eso sí, si un cubano de las Grandes Ligas no se arrodilla, lo crucifican en redes sociales: «¡Malagradecido! ¡Juega por tu país!» .

Claro, hay ingenuos que creen que esto es solo deporte. «Messi juega por Argentina aunque viva en Miami», argumentan. Pero Messi no tuvo que huir de Argentina en una lancha, ni su federación lo llamó «gusano» por triunfar fuera. El béisbol cubano es un rehén, y los jugadores, carne de cañón: si aceptan, son usados; si rechazan, linchados.

Al final, la decisión es un laberinto sin salida moral. Jugar por Cuba significa prestarle tu talento a quienes te negaron el futuro. Cargar con el peso de una diáspora que te juzgará por «abandonar a los tuyos». Y mientras, la FCB sigue ahí, repartiendo culpas y banderas, como si el béisbol fuese una trinchera y no un juego.

(Ah, pero eso sí: si ganas, te conviertes en héroe de cartón. Si pierdes, en otro fracaso del exilio).

Deja un comentario