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Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)
¿Viste la última de Sandro Castro?, me preguntó un amigo por WhatsApp en la mañana. En la mañana de Cuba, quiero decir, porque acá ya era más del mediodía. Y, como le dije que no, me envió una foto del nieto predilecto, metido en un tanque de agua, con todo un andamiaje a su alrededor: la famosa Cristash y una bandera de Estados Unidos.
A mí me es indiferente Sandro Castro. Para mí no es más que un hijo de papá, o un nieto de Abuelo, un niñito acomodado que cada día pone en la vidriera esas cosas que durante mucho tiempo estuvieron escondidas, y que algunos imaginábamos, pero sin la certeza absoluta.
Sandro es el Nieto de la Patria, que es un título que no se le ha dado a nadie aún, en un país donde se han repartido muchos. Y como Nieto de la Patria, es intocable. Eso quiere decir que puede hacer y deshacer sin que nadie se tome el trabajo de llamarle la atención, ni de ponerlo en su lugar.
Sandro es Castro. Y en Cuba hay apellidos que son intocables. Nadie va a por él. Nadie averiguará jamás de dónde salió el dinero para su bar en pleno Vedado. Ni para su Mercedes Benz, aquel juguetito que sacó a escena en plena pandemia del COVID.
Además, es solo uno de los descendientes que lleva el apellido. Aunque es quien más se muestra, el que deja evidencias. El que genera dudas, porque «si este hace estas cosas, ¿qué no habrán hecho —o harán— otros con más poder?», porque los hay.
Las redes sociales han dejado en evidencia a muchos hijitos de papá en los últimos tiempos. Y no solo a los que llevan el apellido de Sandro. Niñitos que estudian en universidades caras de medio mundo, que pasan vacaciones en sitios paradisíacos del mar Egeo, el Bósforo, Punta Cana, como si los «sacrificados» salarios que generan sus puestos de trabajo dieran para tanto.
Otros tomaron camino de Estados Unidos, España, Italia. Allá ellos. Sabrán por qué lo hacen. Pero sí tengo claro que por menos de la mitad de los alardes de Sandro, cualquier otro cubano iría a la cárcel.
De hecho, en Cuba hay inocentes presos. Jóvenes que valen mil veces más que Sandro Castro. Más dignos, más honestos, más valientes, con más clase y más hombría, y están «guardados» hace muchos años. Entre esos están los hermanos Jorge y Nadir Martín Perdomo.
Nunca hablé una palabra con ninguno de los dos, aunque son de San José de las Lajas, donde viví por casi 30 años. Pero los vi siempre. Los conozco y sé que son buenos, honestos, tranquilos… dignos. Y aún así, quisieron dar un ejemplo con ellos, tras los sucesos del 11 de julio de 2021.
En San José no hubo un cristal roto y tampoco una tienda asaltada, ni un carro volcado. Nada de nada. Hubo jóvenes que protestaron y nada más. Y protestar es un derecho en la inmensa mayoría de los países del mundo, y la Constitución lo valida. Sin embargo, Jorge y Nadir llevan cuatro años presos.
En mi penúltimo viaje a Cuba, durante una conversación en la oficina de Emigración, les dije a aquellos que me «invitaron» a dialogar que lo único honesto que podrían hacer era indultar a los hermanos Martín Perdomo, y a todos los presos del 11J.
No lo hicieron. Ni lo harán. Esos no son Sandro Castro, el Nieto de la Patria. Y por sus venas no corre sangre real, esa que te da patente para hacer y deshacer, incluso para burlarte de un pueblo que, en su mayoría, sufre penurias infinitas.
Vamos, que no me hable nadie de Sandro Castro. Hay cosas que dan asco.