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Por Yoyo Malagón ()
Miami.- El Inter de Milán no perdió solo un partido contra el Fluminense. Perdió, de paso, la compostura. Y ahora hay un terremoto en Milán, con grietas en el vestuario, declaraciones que caen como bombas y un presidente, Giuseppe Marotta, que en lugar de apagar el fuego le echa gasolina.
En el centro del huracán, Hakan Çalhanoglu, el turco al que le han colgado el cartel de desleal sin miramientos. Lautaro Martínez, el capitán, lanzó el primer dardo: «Aquí hay que querer quedarse». Y aunque no dijo su nombre, Marotta lo hizo por él: «Se refiere a Calhanoglu».
El futbolista turco, acostumbrado a los disparos desde que se filtró su posible fichaje por el Galatasaray, no se ha quedado callado. Ha soltado un comunicado en redes que parece escrito con el puño cerrado. Explica su lesión, su viaje a Estados Unidos para estar con el equipo aunque no pudiera jugar, su dolor por la derrota. Pero sobre todo, su enfado. «Lo que más me impactó fueron las palabras que vinieron después. Palabras duras. Palabras que dividen, no que unen». Çalhanoglu no nombra a Lautaro, pero tampoco hace falta.
Hay algo triste en todo esto. Porque el Inter de Lautaro y Çalhanoglu era, hasta hace poco, un equipo de hermanos. De esos que se abrazan cuando pierden y celebran como locos cuando ganan. Ahora, en cambio, parece que alguien ha repartido cuchillos. «El verdadero líder es el que está al lado de sus compañeros, no el que busca un culpable cuando es más fácil hacerlo», suelta el turco. Y esa frase duele más que cualquier derrota.
Lo peor es que Çalhanoglu tiene razón en algo: si de verdad quisiera irse, ya se habría ido. Lleva años rechazando ofertas, años defendiendo la camiseta. Pero el fútbol es así: una foto en la playa, un rumor, y de pronto eres el traidor. «Nunca he dicho que no soy feliz en el Inter», insiste. Y uno piensa: ¿tan frágil es la confianza en un vestuario?
Lautaro, el capitán, quiso dar un mensaje de firmeza. Pero quizá se le fue la mano. Porque un líder no señala, no deja que otros señalen por él. Çalhanoglu, al menos, no ha bajado la cabeza. «El respeto no puede ser unidireccional», zanja. Y tiene toda la razón.
Al final, lo único claro es que el Inter tiene un problema. Y no es la lesión de Çalhanoglu, ni su futuro. Es que el vestuario ya no es una familia. Es un campo de batalla.
Y lo peor, como siempre, es que la historia la escriben los que gritan más fuerte. O los que tienen micrófonos cerca.
Çalhanoglu lo sabe. Por eso termina con un mensaje que parece un adiós: «La historia recordará a los que dieron la cara». Como si ya supiera que, en esta guerra, él será el perdedor. Aunque no lleve la culpa.