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Por Jorge Fernández Era ()
La Habana.- Prometí pararme ayer desde las dos de la tarde frente al monumento a José Martí en el Parque Central. A la una ya estaba en la calle. Pero las fuerzas del orden habían sido advertidas de la propensión de que individuos como yo salieran los 18 de junio a rasgar uniformes y tumbar bisoñés de miembros de la Policía Nacional Revolucionaria, y estos, dirigidos por los inclaudicables combatientes de la Seguridad del Estado —conocidos en las unidades de la policía por Contrainteligencia (CI) o «Control Interno»— tuvieron a bien meterme en un desclimatizado patrullero para partir a rumbo desconocido. «¿A dónde lo llevan?», indagó mi esposa. «A dar una vuelta», le respondieron.
«Rumbo desconocido» porque ya las detenciones no son lo que antes. Si te hacen levantarte de madrugada y en operación conjunta de cuatro agentes y chivatones adjuntos tender un operativo desde las siete a un matón que no usa ni guardaespaldas, debes exigirle a tus jefes que seis horas después tengan definido hacia dónde trasladarlo. Se ve mal que te arrimes a la acera tres cuadras más arriba en espera de respuesta.
Media hora después llegó por fin la orden: llevarme para la Unidad de la PNR de Guanabacoa —ya voy por seis; Alina me sugiere, y es una excelente idea, que les edite una guía turístico-represiva—. Cualquiera que conozca La Habana sabe que por Vía Blanca se va bien, pero estos muchachos —con un poco más de detenciones pueden llegar muy lejos— son los representantes de la escudería del Minint para la próxima parada del Mundial de Fórmula 1, y para llegar a la Virgen del Camino tomaron por Avenida Dolores, un trayecto superior en más de cinco kilómetros, pero más adrenalínico. Lo hicieron con la sirena a todo volumen y sembrando el terror en la carretera: mientras el chofer daba acelerones, el copiloto le gritaba «¡comepinga!» a los que osaban no apartarse.
Quince minutos no está mal para una Pole Position. Cuando horas más tarde un oficial de la PNR me explicó que la causa de mi arresto estaba expresada en la denuncia con el código «CR», imaginé que se refería a «Conducirlo Rápidamente».
En la villa de Pepe Antonio se sumaron las dos motos del DSE. Me tuvieron en el recibidor en espera de una tercera —sumen combustible— en la que venía a bordo nada más y nada menos que El Esposero, quien parece ser el segundo al mando de la teniente coronel Kenia. Con una gallardía impresionante a pesar de su cara de niño bitongo, ordenó que se me buscara la celda más fea, se me prohibiera comunicarme con mis familiares y se me despojara de mi pomo de agua, el libro que traía y de las insignias que portaba, incluidas dos banderas cubanas —un sello y una manilla confeccionada por Laide—.
El más bisoño de los agentes se quiso hacer el gracioso conmigo y comentó que era una lástima que estuviera tan bonito el pulso, porque yo no lo honraba. Lo que vino después fue a puro grito. «¡Qué coño no lo honro!». «¡No me faltes el respeto!». «¡El respeto lo faltas tú!». «¡Y te lo vuelvo a decir, chico!». «¡Dale, hazlo!». Intervino entonces El Esposero y le dijo a su subordinado (esto es exquisito): «No te dejes provocar».
Con el susodicho —igual con cara de niño bitongo, pero menos que su jefe— tuve otra discusión violenta al final de la jornada, rayando las ocho de la noche y delante de los jefes de la PNR de Guanabacoa. En el acta de advertencia —que no firmé— había irregularidades. La primera la hice subsanar: se reducía mi nivel de escolaridad a un noveno grado. Más adelante se argumentaba que yo, además de despotricar en mis escritos contra el Gobierno y sus dirigentes más importantes —cosa que hoy día no tiene mayor mérito—, me dirigía mensualmente al Parque Central e incentivaba el desorden público.
Le dije bien alto que mentían. El intercambio, en el que no faltó su amenaza de que el próximo encuentro sería con su jefa en Villa Marista —«¡Ay, qué miedo!», le respondí—, tuvieron que pararlo los de la PNR. No debe ser común para ellos que un tipo se porte así en el umbral de la libertad.
La aberración de la dictadura que dignamente representa este equipo de esbirros quedó expuesta en la respuesta que dio El Esposero a mi cuestionamiento de que la Ley de Proceso Penal la violan ellos porque pueden hacer y obrar como les da la gana: «Claro que podemos».