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Por Redacción (Tomado de las Redes)
La Habana.- A principios de la década de 1870, en los caminos polvorientos del oeste australiano, un cartero de origen indígena recorría 371 kilómetros entre Fowlers Bay y Eucla… corriendo. Su nombre era Koolbiri, aunque los blancos lo conocían como “El Cartero Jimmy”.
No hay fotos de su juventud. Solo una imagen antigua lo muestra en su vejez, años después de haber hecho historia. Pero su leyenda no necesita retratos: necesita caminos, polvo, viento y kilómetros.
Nadie comprendía cómo lo lograba. Viajaba ligero, cazaba su propia comida, apenas dormía. Conocía la tierra como a su propia alma: los arroyos, los vientos, las piedras… eran parte de él. Era más que un hombre. Era paisaje en movimiento.
A veces llegaba antes que los jinetes. Siempre llegaba a tiempo. Como si el correo le confiara el secreto del tiempo. Algunos lo creían un mito, otros una criatura mágica. Pero Koolbiri no buscaba fama. Solo cumplía su tarea.
Demostró que, si el terreno es tu aliado y tu voluntad es de hierro, un hombre puede superar a un caballo. Fue más que un cartero. Fue una leyenda que pisó el mundo como si fuera parte del viento.